NOCUENTO “DAIMONÌACO”
LA MONJA BARBUDA
Juan Josè Bocaranda E
Me lo
dijo mi abuelo, (que en paz descanse)¨:
“Uno de
los motivos de mi alejamiento de la religión fue, especialmente, el mal trato
que recibì de las monjas cuando, siendo muy niño y también huérfano, estuve
interno en una institución de caridad, en un pueblo de España de cuyo nombre no
me da la perra acordarme...
Y no
exagero –prosiguiò- Habrá, sin duda, quienes las defiendan, por tratarse de
mujeres y, además, “consagradas a Dios”, por lo que presumen en ellas un
comportamiento verdaderamente cristiano, amabilidad, generosidad, compasión,
humildad y, sobre todo caridad. La caridad que tanto cantan y predican. Pero, ¿es acaso caritativa una mujer que
consagra su vida a un enfado permanente, como si màs bien le tuviese rabia al prójimo;
atenaceada, además, por la envidia e infactada por otras diabólicas
malquerencias y quien por eso mismo realiza los actos sin convencimiento
cristiano, de mala gana, como una presidiaria?
Ni
siquiera practican la caridad entre ellas mismas…Una vez presencié cómo, mientras caía sobre la ciudad un aguacero
diluvial, una monja de la congregación de las “Santas Hermanas del
Desamparado”, solicitó a la monja de la porterìa de la congregación “Hermanas
Beatíficas de los Tormentos Divinos”, que le permitiera protegerse de la lluvia. Pero le negó entrada,
y de mala manera. La solicitante quedó fuera y terminò empapada.
En el
orfanato conocí a “la hermana “Elodia”. La llamábamos “la barbuda”. Porque
traslucía a nuestros ojos infantiles un aura amenazadora que nos llenaba de
pavor, y que nos recordaba al “ogro” de Blasco Ibàñez, pero sin
pantalones…creo…Malencarada,
de mirada
odiosa, de hablar martilleante y de respuestas como de cuchillos.
Una tarde
de diciembre, en la víspera de la Nochebuena, exactamente, nos hicieron formar
dos filas. Una gran panadería había hecho un donativo especial para nosotros
los reclusos…Pan y mortadela…
A un
lado, la hermana Fonchurria, quien descargaba sus frustraciones contra nosotros,
desatando con poco recato, gruesas
groserìas importadas de La Toscana; del otro lado, la hermana Elodia. Cada una
sostenía una enorme bandeja cargada con una montaña sànguches, de los cuales yo tomè dos, porque era doble el hambre que sentía. De
inmediato, Elodia lanzó un grito que rompió los pocos cristales que quedaban en
las ventanas del instituto.
-¡Eeeeeeyyyyy!
¡PardieZ! ¡Bandido, mentecato, ladronZuelo! ¡Es uno solo, ¿y tú tomaste dos?.
En el infierno te atragantará Satanás con panes de hierro fundido…
Yo, con
la mayor humildad y resignado a quedar con la mitad del hambre, coloqué sobre
el cerro de panes el que había “usurpado” tan pecaminosamente…Pero… pero…
no había dado ni siquiera dos pasos
cortos cuando a mis espaldas se desmoronó
una montaña: me volví a mirar què habìa ocurrido. ¡Todos, absolutamente
todos los sànguches amontonados sobre
el suelo! …Fue como si alguien le hubiera propinado una formidable patada a la
bandeja que sostenía mi amiga. Y ella, la santa monja, por supuesto, temblando,
temblando, con los ojos exorbitados, como de diabla purgada con con agua bendita…
¡Ah!
¡Claro que sí! Lo recordè de inmediato y le dì las gracias mentalmente: una vez
màs, como en muchas otras ocasiones, mi daimon
había venido a desatar su venganza por mì. Sì. Mi daimon, mi “demonio” protector. Porque yo también tengo uno como lo
tuvo Sòcrates, aunque mucho menos sabio,
seguramente…” Èl me acompaña a todas partes, de dìa y de noche, y me protege y hace
los desquites por mí… Por eso los enemigos que se me cruzaron por los
andurriales de la vida durante sesenta años, en las màs diversas
circunstancias, jamàs pudieron conmigo. Lo intentaron de mil maneras. Pero, no
pudieron, no pudieron, como tampoco pudo la monja barbuda…”