Cabeza de Ladrillo
EL DERECHO A LA ESTUPIDEZ
Juan José Bocaranda E
Se dice que hoy la libertad del hombre debe ser omnímoda y plena, porque así lo exigen los derechos humanos. Por consiguiente, todo el que quiera hacer uso de su libertad la tiene, incluso, para ser estúpido y permanecer en la estupidez. Lo que significa que existe y debe ser reconocido en la práctica el derecho humano a la estupidez.
El derecho a la estupidez puede operar respecto al propio Derecho, es decir, a la concepción del Derecho como panacea. Así, según la mentalidad de quienes hacen uso de ese derecho, basta aprobar una retahíla de leyes, y quedarán resueltos, automáticamente y como con varita mágica, todos los problemas de los individuos y de la sociedad. Basta una ley en cada área, nivel y aspecto de la realidad, para que todo quede plenamente satisfecho, como lleva a suponerlo la estupidez.
La estupidez dice a sus usufructuarios que, por esa vía, mediante la virtud de las leyes, se endereza por sí sola la economía, a tono con el principio de la igualdad. Por lo que son suficientes un par de leyes o una ley-base, para que a partir del mismo día de la publicación oficial, cesen las desigualdades sociales y el pan llegue a todas las mesas. Del mismo modo, basta la adhesión a las propuestas de la ONU por un Mundo mejor, de paz, de armonía universal, de igualdad absoluta, para que la Tierra se convierta en la Nueva Jerusalén. Basta, también, una ley que decrete el amor universal, y los violentos depondrán las armas, y las farmacéuticas y las grandes productoras de alimentos renunciarán a la usura que tanto les carcome el alma, y se abocarán a una campaña de humanismo ejemplar.
En síntesis, contra la opinión de von Savigny, es necesario, conforme a la estupidez, producir leyes “como píldoras”, para que los seres humanos seamos felices...
Por supuesto, inherente al derecho a la estupidez, late el convencimiento de que, por gozar las leyes de una virtud substante, su funcionamiento y aplicación son totalmente ajenos a la actividad consciente y moralmente responsable de los funcionarios, quienes, mientras las leyes trabajan por sí solas, podrán dedicarse al “ocio creativo”. Es decir, a planificar sustracciones y robos contra el erario público, dando rienda suelta a la corrupción, para ingresar por vía directa al escalafón de los nuevos ricos.
También es inherente al derecho a la estupidez, la ingenuidad de creer suficiente que las leyes establezcan la responsabilidad jurídica de los funcionarios –responsabilidad civil, penal, administrativa y disciplinaria- para que estos seres angelicales, dejando al margen el deber moral, se mantengan en la senda del bien y de lo justo, y satisfagan los fines del Estado y el goce complacido de los administrados.
En otras palabras, el derecho a la estupidez comprende también la prerrogativa “humana” de excluir a gusto o conveniencia, todo asomo de exigencia moral en el manejo de las leyes. Porque la razón estúpida predica que a la hora de la verdad, la Moral no es sino un estorbo ya que cierra paso al libre albedrío, impidiendo al funcionario optar por el mal cuando le convenga (lo cual le ocurre con predominante frecuencia).
Pero, por sobre todas las cosas, para los derechohabientes de la estupidez rige el principio inviolable, divinamente establecido, de la separación absoluta entre el Derecho y la Moral. Ello desde que, en su opinón, lo que Kant hizo no fue distinguir entre el Derecho y la Moral, sino decretar la separación, como deidad omnipotente, para evitar un contubernio pecaminoso entre ambos, suponiendo estúpidamente que la separación obedece a una ley natural, como la ley de la gravedad. Por lo tanto, el alto tenor de la estupidez a la que tienen derecho, les impide comprender que la relación entre el Derecho y la Moral es asunto de la dinámica histórico-social. Motivo por el cual no otorgan importancia al hecho de que la relación entre la Moral y el Derecho haya evolucionado desde Grecia y la Roma antigua, (cuando se confundían las normas morales con las jurídicas y las religiosas), hasta la Edad Media, con la concepción de una Moral prevaleciente sobrel Derecho, después de lo cual vino la concepción de una independencia total, como ocurrió con el juspositivismo y la Escuela de Viene. Nada de lo cual impide que hoy, como consecuencia fundamental y necesaria de la esencia de los derechos humanos, tenga lugar el reencuentro de la Moral con el Derecho, mediante una Moral endojurídica, como lo exigen los nuevos tiempos, asunto que tampoco permite ver el libre ejercicio del derecho a la estupidez, que no pretendemos negarles.
Por supuesto, por otra parte, el derecho a la estupidez impide a los estúpidos darse cuenta de que en un país donde la Moral se mantiene lejos y fuera del Derecho, no reinan sino el caos, la corrupción, el crimen, la injusticia, la violación permanente de la verdad y el desmoronamiento de los derechos humanos.
Pero, ¿cómo hacer entender estas cosas a quienes dedican la vida al uso fanático de la estupidez? Por lo menos quien esto escribe se abstiene de hacerlo, no vayan a enjuiciarlo por violación de los derechos humanos, de cuya lista forma parte el sagrado derecho a la estupidez
Juan José Bocaranda E
Se dice que hoy la libertad del hombre debe ser omnímoda y plena, porque así lo exigen los derechos humanos. Por consiguiente, todo el que quiera hacer uso de su libertad la tiene, incluso, para ser estúpido y permanecer en la estupidez. Lo que significa que existe y debe ser reconocido en la práctica el derecho humano a la estupidez.
El derecho a la estupidez puede operar respecto al propio Derecho, es decir, a la concepción del Derecho como panacea. Así, según la mentalidad de quienes hacen uso de ese derecho, basta aprobar una retahíla de leyes, y quedarán resueltos, automáticamente y como con varita mágica, todos los problemas de los individuos y de la sociedad. Basta una ley en cada área, nivel y aspecto de la realidad, para que todo quede plenamente satisfecho, como lleva a suponerlo la estupidez.
La estupidez dice a sus usufructuarios que, por esa vía, mediante la virtud de las leyes, se endereza por sí sola la economía, a tono con el principio de la igualdad. Por lo que son suficientes un par de leyes o una ley-base, para que a partir del mismo día de la publicación oficial, cesen las desigualdades sociales y el pan llegue a todas las mesas. Del mismo modo, basta la adhesión a las propuestas de la ONU por un Mundo mejor, de paz, de armonía universal, de igualdad absoluta, para que la Tierra se convierta en la Nueva Jerusalén. Basta, también, una ley que decrete el amor universal, y los violentos depondrán las armas, y las farmacéuticas y las grandes productoras de alimentos renunciarán a la usura que tanto les carcome el alma, y se abocarán a una campaña de humanismo ejemplar.
En síntesis, contra la opinión de von Savigny, es necesario, conforme a la estupidez, producir leyes “como píldoras”, para que los seres humanos seamos felices...
Por supuesto, inherente al derecho a la estupidez, late el convencimiento de que, por gozar las leyes de una virtud substante, su funcionamiento y aplicación son totalmente ajenos a la actividad consciente y moralmente responsable de los funcionarios, quienes, mientras las leyes trabajan por sí solas, podrán dedicarse al “ocio creativo”. Es decir, a planificar sustracciones y robos contra el erario público, dando rienda suelta a la corrupción, para ingresar por vía directa al escalafón de los nuevos ricos.
También es inherente al derecho a la estupidez, la ingenuidad de creer suficiente que las leyes establezcan la responsabilidad jurídica de los funcionarios –responsabilidad civil, penal, administrativa y disciplinaria- para que estos seres angelicales, dejando al margen el deber moral, se mantengan en la senda del bien y de lo justo, y satisfagan los fines del Estado y el goce complacido de los administrados.
En otras palabras, el derecho a la estupidez comprende también la prerrogativa “humana” de excluir a gusto o conveniencia, todo asomo de exigencia moral en el manejo de las leyes. Porque la razón estúpida predica que a la hora de la verdad, la Moral no es sino un estorbo ya que cierra paso al libre albedrío, impidiendo al funcionario optar por el mal cuando le convenga (lo cual le ocurre con predominante frecuencia).
Pero, por sobre todas las cosas, para los derechohabientes de la estupidez rige el principio inviolable, divinamente establecido, de la separación absoluta entre el Derecho y la Moral. Ello desde que, en su opinón, lo que Kant hizo no fue distinguir entre el Derecho y la Moral, sino decretar la separación, como deidad omnipotente, para evitar un contubernio pecaminoso entre ambos, suponiendo estúpidamente que la separación obedece a una ley natural, como la ley de la gravedad. Por lo tanto, el alto tenor de la estupidez a la que tienen derecho, les impide comprender que la relación entre el Derecho y la Moral es asunto de la dinámica histórico-social. Motivo por el cual no otorgan importancia al hecho de que la relación entre la Moral y el Derecho haya evolucionado desde Grecia y la Roma antigua, (cuando se confundían las normas morales con las jurídicas y las religiosas), hasta la Edad Media, con la concepción de una Moral prevaleciente sobrel Derecho, después de lo cual vino la concepción de una independencia total, como ocurrió con el juspositivismo y la Escuela de Viene. Nada de lo cual impide que hoy, como consecuencia fundamental y necesaria de la esencia de los derechos humanos, tenga lugar el reencuentro de la Moral con el Derecho, mediante una Moral endojurídica, como lo exigen los nuevos tiempos, asunto que tampoco permite ver el libre ejercicio del derecho a la estupidez, que no pretendemos negarles.
Por supuesto, por otra parte, el derecho a la estupidez impide a los estúpidos darse cuenta de que en un país donde la Moral se mantiene lejos y fuera del Derecho, no reinan sino el caos, la corrupción, el crimen, la injusticia, la violación permanente de la verdad y el desmoronamiento de los derechos humanos.
Pero, ¿cómo hacer entender estas cosas a quienes dedican la vida al uso fanático de la estupidez? Por lo menos quien esto escribe se abstiene de hacerlo, no vayan a enjuiciarlo por violación de los derechos humanos, de cuya lista forma parte el sagrado derecho a la estupidez