EL DICCIONARIO DE DIÒGENES
Polìtico.. Antropòfago locuaz y sabiondo
que siempre se sale con la suya aunque no tenga razón. Entra flaco y
pobre y sale rico, barrigón y nalgudo.
Vacuna política. Antìgeno que se debe
inocular a toda la población - incluyendo a las embarazadas- para generar
anticuerpos contra las tendencias genéticas a la corrupción administrativa y a
otros vicios democráticos. Se elabora a partir de las babas y demás exudaciones
virulentas de polìticos frenèticos,
embusteros y payasos. Cuanto màs tengan estas virtudes, mayor resulta la
eficacia de la vacuna.
Por Resoluciòn de la ONU, el
antígeno debe ser distribuido a nivel mundial, en forma gratuita, para que no quede ningún país sin recibir sus
beneficios. Todo bajo control de la FAO, de la FIFA y de la ÑOÑA
La vacuna es de resultados
permanentes y sostenidos. Ninguna persona puede recibirla màs de una vez en su
vida, toda vez que puede acarrearle
consecuencias contrarias: el sujeto se
tornarà, de la noche a la mañana, falaz y traicionero, de muy poco fiar y de
escasa moralidad.
La vacuna inmuniza contra toda
clase de gripe, aunque los polìticos seguràn inevitablemente acatarrados y con
incontinencia de flujos, incluyendo los nasales.
Xenofobia. De dos palabras griegas.
Significa “cenar con rabia”, como lo hace con mucha frecuencia, en un país en
crisis, toda persona que, al llegar a casa por la noche, encuentra la alacena
casi totalmente vacìa y la canoa muy alta.
De xenofobia se deriva xenófobo, persona que asume tremenda
corajina cuando se entera de que los vecinos, enchufados en el gobierno, cenan
opíparamente, a nevera plena, mientras que ella lame los últimos cueros.
Tambièn se deriva xenofilia
o amor excesivo, casi enfermizo, a las cenas suculentas, tipo gurmè, como lo
acostumbran los enchufados de los gobiernos, quienes aprovechan para llevar a
toda su parentela y amigotes, a cenar con el Ministro correspondiente, por
cuenta del erario público. El amor a las cenas es tanto màs voraz cuanto màs
baja estè la canoa gratuita manu.
Ataraxia política. Imperturbabilidad de ànimo de los polìticos amaestrados,
que les torna insensibles aun a las mayores ofensas verbales o físicas, todo
con tales efectos, que terminan por lucir como sinvergüenzas perfectos, sin sangre en las venas.
A tales alcances
llega la ataraxia de estos polìticos, que al parecer disfrutan cuando se
les ven las desvergüenzas, que no procuran ocultar ni en las reuniones
protocolares, adonde asisten tantas personalidades orondas disfrazadas de pingüinos.
Vista la
conveniencia de la ataraxia, en la escuela de politología –autèntica màquina de
fabricar embusteros- están icluyendo una cátedra psico-activa de ataraxia inducida, lo que perfeccionarà
la desfachatez, si es que cabe… El amaestramiento implica soportar lluvias de
palabras soeces y de huevos podridos durante seis meses, al cabo de los cuales,
previa realización de tests y demás pruebas metahumanas, reciben el diploma de zombis ilustrados.
Tacto político. Arte de
salirse con la suya acertando en la arista màs conveniente de un asunto, pero
diciendo sin decir, afirmando si afirmar, negando sin negar, a través de una
cuidadosa selección de conceptos, términos, personajes, medios y
circunstancias, manejando el conjunto con presti-lingûi-taciòn
asombrosa, pues la vocación o la preparación llevan al político a dominar y
manejar el estilete lingual como una serpiente.
El tacto político es un sortilegio que los polìticos
aprenden caminando sobre un suelo esterado de huevos. Se trata de una pràctica
muy antigua. Entre los hititas se llamaba a los polìticos “los pisa-huevos”,
porque se semetìan a estos estudios académicos desde la niñez. Sin embargo, no eran pocos los
polìticos que tarde o temprano, aun graduados en Politologìa, se resbalaban y pisaban los huevos, poniendo
la tortilla.
A la expresión tacto
político se le avecinan otras, como
olfato político, que tiene que ver con los malos olores de la política,
tema que no tocaremos de momento, ya que vamos a almorzar.