EL BANQUETE DE LOS SIETE
SABIOS DE GRECIA
! Este pobre pueblo
tragacalambres, que no tiene qué comer sino miseria, en vez de levantarse
de la mesa satisfecho y contento, lo hace con mayores proporciones de
arrechera, y no es para menos.
“... Ayer subía a la ciudad desde mi casa de Falero,
y uno de mis conocidos, que me divisó desde atrás, me llamó de lejos y, bromeando,
dijo: “¡ Ooooopaaaa, tú, el de la melena, ¿no me esperas?” Yo me detuve y lo
esperé: era Aristodemo.
-”Apolodoro -me dijo entonces-justamente hace un momento
pensaba en ti, porque deseo informarme de la reunión de Diógenes y los Siete
Sabios, en su famoso banquete del Barrio “Los Mamónides”, con el que quisieron
celebrar su ingreso en sociedad”.
Luego casi como si hablase sólo para sí mismo:
“Ya me lo imagino. Todo debió ser estricta etiqueta.
Cada quien se recostaría, llegado el momento, en su confortable butaca. Desde
un comienzo, los cubiertos de plata brillarían a la luz de largas velas de cera
ática. La vajilla, sin duda de porcelana de Kios, así como los vasos, formarían
un solo juego que, sin embargo, contrastaría con los platitos para el pan y la
mantequilla. Esta última sería nada menos que de las vaqueras del Pireo. Los
mesoneros se emularían en el servicio, con esmero en colocar los utensilios “de
afuera hacia adentro”, según las más severas exigencias de Carreño. Los
manteles serían de damasco y se adoptarían todas las previsiones para que sus
bordes no tocasen el suelo. Las copas de rigor montarían guardia, por lo menos
en número de tres, frente a cada comensal: una, para el agua cristalina y
burbujeante del Guaire; las otras dos, para sendos nobles vinos que vendrían
después, con mayor liberalidad y tamaño. A cada quien se le asignaría un salero
y un pimentero, con su nombre inscrito en fina letra griega, trazada con el
pincel de Apeles. El menú vendría manuscrito sobre elaboradas hojas de piel de
coco, en conjunto de arte que sería tildado de “formato-poemario”, digno de
aquel ágape sapiencial. Todo sería profundo cavilar filosófico sobre los
“éidoslos” platónicos, mientras los laúdes de Lesbos, los saxofones de Lokrida
y los chimbángueles de Betijoque ondearían sus arpegios cual tenue cortinaje de
Pylos... ¡Dime, dime, Apolodoro, que es cierto; que todo fue así...!
-”Pues pelas y requetepelas, Aristodemo. La cosa no
fue así sino asá, y todo a precios adecuados a la voracidad de los
abusadores: algunas yucas sancochadas,
fruncidas como chancletas viejas, un poco de ají rancio y un aguacate medio podrido,
acompañado todo ello con algunas libaciones de agua contaminada, fueron los manjares
de los Siete Sabios y Diógenes aquella “Noche Triste” y en aquel tugurio donde
tenían que tomar prestada la puerta del rancho para que sirviera de mesa.
Pítakos dijo al final, mientras
regresaban la puerta del rancho a su lugar natural:
-¡Por Zeus! Este pobre pueblo
tragacalambres, que no tiene qué comer sino miseria, en vez de
levantarse de la mesa satisfecho y contento, lo hace con mayores proporciones
de arrechera, y no es para menos.