domingo, 11 de diciembre de 2016

HOMBRES DE CARÁCTER, POLI-ÉTICA Y POLI-ÉTICOS. Juan José Bocaranda E



HOMBRES DE CARÁCTER, POLI-ÉTICA Y POLI-ÉTICOS.
Juan José Bocaranda E

Observación previa
Quien esto suscribe, permanece en “la romana vieja” que incluía implícitamente tanto a los hombres como a las mujeres,  en el vocablo “hombre”. Porque atendía al hecho de que, en una acepción abstracta, no se hace referencia al sexo sino a la condición humana.
Por consiguiente cuando en este artículo utilicemos el vocablo “hombre”, debe considerarse incluida a la mujer.

                                            ***

1. En estos tiempos calamitosos donde todo parece afectado por la inestabilidad más opresiva, es preciso rescatar de entre las ruinas, lo que podríamos llamar “el principio de los principios”.

El principio de los principios” consiste, a nuestro modo de ver, en que todo ser humano que se precie de tal, debe ser, básicamente, un sujeto consciente de que sin los principios,  carece realmente de humanidad, porque le es ajeno el contenido valioso de lo espiritual y de lo racional y porque es  un ente vacío, simple cáscara sin pulpa ni fruto.
Quiere decir que lo valioso del ser humano no radica en el ser aparente, externo, sino en el ser profundo, espiritual y moral, sin cuya subyacencia puede haber “hombres” o “mujeres”, pero no “seres humanos” auténticos, plenos.

El hombre que exhibe la televisión, abocado únicamente a un segmento del ser, no es un hombre completo. Porque cuando se unilateraliza hacia el desarrollo meramente físico, fortaleciendo los músculos, estirando la estatura corporal, haciéndose, por lo menos aparentemente, fuertes y combativos, deja al margen otros aspectos del ser humano pleno, sin cuya presencia el resultado deja mucho que desear.

Igual sucede con la persona que se unilateraliza hacia el aspecto puramente espiritual: se manifiesta como incompleto, porque el ser humano pleno toma en cuenta tanto el desarrollo físico como el desarrollo espiritual.

2. El ser humano es una “suma para la multiplicación”. Porque en él se conjugan la materia y el espíritu, mas no para permanecer en sí, como simple suma, sino para “multiplicarse”, para realizarse y expandirse hacia los demás seres, en los valores y a través de los valores tanto espirituales como morales.
Es en este conjunto de condiciones donde radica la dignidad humana, la razón de ser de la valoración propia, del merecimiento del respeto hacia sí mismo.

Ser hombre, ser mujer, en apariencia, puede cualquiera. Pero ser humano en y para la plenitud, sólo el que “construya” y realice la dignidad.

3.Entendemos como hombre de principios aquél que –parafraseando a Leonardo Da Vinci-  avanza “fijo a una estrella”. Y esta “estrella” es el conjunto armonioso de los valores espirituales y morales, de las creencias plausibles, de las aspiraciones valiosas, de los ideales inalienables que le otorgan al ser humano  estabilidad espiritual, moral y psicológica para que luche con firmeza y dedicación por el bien y la justicia en pro de los demás.

4.Sin embargo, no basta el ser: es necesaria la permanencia en el ser,  la permanencia en el propósito-valor; el sello de la permanencia en la rectitud. Y para que haya la permanencia,  se precisa el carácter, cimiento de los principios.

La permanencia en los principios implica la necesidad de que el ser humano que los posee y que los vivencia, sea leal a los mismos, manteniéndose  tal como es, en todo momento, en toda circunstancia. Es un acto continuo de lealtad a los principios, de fidelidad a los valores espirituales y morales, sin esguinces, sin variaciones de conveniencia, sin modalidades ni acomodos circunstanciales, sin pretextos en aras de intereses bastardos ni de concesiones degradantes ni por miedo al ridículo o al qué dirán, pues porta dentro de sí la línea recta e insobornable que le trazan los principios que es incapaz de traicionar.

El hombre de carácter no cambia con el ambiente, no se somete a condiciones ni exigencias capaces de desviar sus miras y objetivos, ni altera su debida conducta, es decir, la conducta que le indican sus deberes morales. Marcha en línea recta ascendente, marcando siempre el acento de la realización de los valores que lo animan. Busca, en todo momento, la esencia, no la apariencia. Y está consciente de qué debe hacer, cómo y por qué, y lo hace.

El hombre de carácter sabe que debe ser rectilíneo en los principios, pero también, que debe marchar en zigzag para poder hallar la verdad. Porque la verdad no es hija de la facilidad, sino producto de una labor afanosa e intrincada que tiene en cuenta que sus  piezas están dispersas, por lo que hay que buscarlas y reunirlas para su reconstrucción.

El hombre de carácter que porta el sello de la permanencia en los principios, germina la seguridad de que los demás conseguirán en él lo que debe esperarse en razón de su lealtad a los principios.  Ello significa que el hombre de carácter no rinde culto a la apariencia, no finge ni hace creer o suponer que es lo que realmente no es. No juega con los conceptos ni con las palabras. No claudica en lo piensa o cree. Es claro y manifiesta claridad y firmeza en los propósitos, pues sabe adónde va, por qué y cuáles caminos seguir. No acepta desviaciones, no pacta conla mentira, la traición o la convenciencia. Manifiesta honradez tanto intelectual como moral, dispuesto a defender en todo momento y circunstancia la verdad y la justicia. Por lo tanto, si incursionase en la política, no sería político sino POLI-ÉTICO, es decir, enfocaría y realizaría lo relacionado con la sociedad y con el Estado con una rectitud a toda prueba, sin concesiones ni cortapisas de inmoralidad. Pero, esta clase de hombres está reservada para el futuro, más lejos que cerca, cuando la Humanidad haya ascendido de nivel, hacia lo moral y lo espiritual como guías supremas. Un hombre de estas características no toleraría existir en este hueco negro, profundamente asqueroso, que es la POLÍTICA y que seguirá siéndolo mientras no se transmute en la POLI-ÉTICA que habrá de venir.