HOMBRES
DE CARÁCTER, POLI-ÉTICA Y POLI-ÉTICOS.
Juan José Bocaranda E
Observación previa
Quien esto suscribe,
permanece en “la romana vieja” que incluía implícitamente tanto a los hombres
como a las mujeres, en el vocablo
“hombre”. Porque atendía al hecho de que, en una acepción abstracta, no se hace
referencia al sexo sino a la condición humana.
Por consiguiente cuando
en este artículo utilicemos el vocablo “hombre”, debe considerarse incluida a
la mujer.
***
1. En estos tiempos calamitosos donde todo parece
afectado por la inestabilidad más opresiva, es preciso rescatar de entre las
ruinas, lo que podríamos llamar “el principio de los principios”.
“El principio de los principios”
consiste, a nuestro modo de ver, en que todo ser humano que se precie de tal,
debe ser, básicamente, un sujeto consciente de que sin los principios,
carece realmente de humanidad,
porque le es ajeno el contenido valioso de lo espiritual y de lo racional y
porque es un ente vacío, simple cáscara
sin pulpa ni fruto.
Quiere decir que lo
valioso del ser humano no radica en el ser aparente, externo, sino en el ser
profundo, espiritual y moral, sin cuya subyacencia puede haber “hombres” o
“mujeres”, pero no “seres humanos” auténticos, plenos.
El hombre que exhibe la
televisión, abocado únicamente a un segmento del ser, no es un hombre completo.
Porque cuando se unilateraliza hacia el desarrollo meramente físico,
fortaleciendo los músculos, estirando la estatura corporal, haciéndose, por lo
menos aparentemente, fuertes y combativos, deja al margen otros aspectos del
ser humano pleno, sin cuya presencia el resultado deja mucho que desear.
Igual sucede con la
persona que se unilateraliza hacia el aspecto puramente espiritual: se
manifiesta como incompleto, porque el ser humano pleno toma en cuenta tanto el
desarrollo físico como el desarrollo espiritual.
2. El ser humano es una
“suma para la multiplicación”. Porque en él se conjugan la materia y el
espíritu, mas no para permanecer en sí, como simple suma, sino para
“multiplicarse”, para realizarse y expandirse hacia los demás seres, en los
valores y a través de los valores tanto espirituales como morales.
Es en este conjunto de
condiciones donde radica la dignidad humana, la razón de ser de la valoración
propia, del merecimiento del respeto hacia sí mismo.
Ser hombre, ser mujer,
en apariencia, puede cualquiera. Pero ser humano en y para la plenitud, sólo el
que “construya” y realice la dignidad.
3.Entendemos como
hombre de principios aquél que –parafraseando a Leonardo Da Vinci- avanza “fijo a una estrella”. Y esta
“estrella” es el conjunto armonioso de los valores espirituales y morales, de
las creencias plausibles, de las aspiraciones valiosas, de los ideales
inalienables que le otorgan al ser humano
estabilidad espiritual, moral y psicológica para que luche con firmeza y
dedicación por el bien y la justicia en pro de los demás.
4.Sin embargo, no basta
el ser: es necesaria la permanencia en el ser,
la permanencia en el propósito-valor; el sello de la permanencia en la
rectitud. Y para que haya la permanencia,
se precisa el carácter, cimiento de los principios.
La permanencia en los
principios implica la necesidad de que el ser humano que los posee y que los
vivencia, sea leal a los mismos, manteniéndose
tal como es, en todo momento, en toda circunstancia. Es un acto continuo
de lealtad a los principios, de fidelidad a los valores espirituales y morales,
sin esguinces, sin variaciones de conveniencia, sin modalidades ni acomodos
circunstanciales, sin pretextos en aras de intereses bastardos ni de
concesiones degradantes ni por miedo al ridículo o al qué dirán, pues porta
dentro de sí la línea recta e insobornable que le trazan los principios que es
incapaz de traicionar.
El hombre de carácter
no cambia con el ambiente, no se somete a condiciones ni exigencias capaces de
desviar sus miras y objetivos, ni altera su debida conducta, es decir, la
conducta que le indican sus deberes morales. Marcha en línea recta ascendente,
marcando siempre el acento de la realización de los valores que lo animan.
Busca, en todo momento, la esencia, no la apariencia. Y está consciente de qué
debe hacer, cómo y por qué, y lo hace.
El hombre de carácter
sabe que debe ser rectilíneo en los principios, pero también, que debe marchar
en zigzag para poder hallar la verdad. Porque la verdad no es hija de la
facilidad, sino producto de una labor afanosa e intrincada que tiene en cuenta
que sus piezas están dispersas, por lo
que hay que buscarlas y reunirlas para su reconstrucción.
El hombre de carácter
que porta el sello de la permanencia en los principios, germina la seguridad de
que los demás conseguirán en él lo que debe esperarse en razón de su lealtad a
los principios. Ello significa que el
hombre de carácter no rinde culto a la apariencia, no finge ni hace creer o
suponer que es lo que realmente no es. No juega con los conceptos ni con las
palabras. No claudica en lo piensa o cree. Es claro y manifiesta claridad y
firmeza en los propósitos, pues sabe adónde va, por qué y cuáles caminos
seguir. No acepta desviaciones, no pacta conla mentira, la traición o la
convenciencia. Manifiesta honradez tanto intelectual como moral, dispuesto a
defender en todo momento y circunstancia la verdad y la justicia. Por lo tanto,
si incursionase en la política, no sería político sino POLI-ÉTICO, es decir,
enfocaría y realizaría lo relacionado con la sociedad y con el Estado con una
rectitud a toda prueba, sin concesiones ni cortapisas de inmoralidad. Pero, esta clase de hombres está
reservada para el futuro, más lejos que cerca, cuando la Humanidad haya
ascendido de nivel, hacia lo moral y lo espiritual como guías supremas. Un
hombre de estas características no toleraría existir en este hueco negro,
profundamente asqueroso, que es la POLÍTICA y que seguirá siéndolo mientras no
se transmute en la POLI-ÉTICA que habrá de venir.