sábado, 26 de noviembre de 2016

EL ASCENDIENTE MORAL Juan José Bocaranda E





EL ASCENDIENTE MORAL
Juan José Bocaranda E

La propia autoridad moral constituye el único refugio seguro contra la maldad, el crimen, la mentira, la violencia, las traiciones, la ingratitud y la decepción. Porque absolutamente ninguno de los efectos de esta clase de hechos, ni la esencia de sus causas, ni sus circunstancias, logran penetrar al santuario de nuestro ser interior, donde radica nuestro verdadero valer.
Nuestro ser interior, nuestro espíritu, la esencia de nuestro ser verdadero, irreductible, inviolable, no permite el acceso de elementos extraños, debido a su altura y a su profundidad, que se combinan. Frente a nuestra realidad interna, no valen ni influyen, ni derriban, ninguno de esos elementos que, como la envidia, la maledicencia, el odio, el desconocimiento y la ignorancia, pretenden  o pueden pretender imponerse sobre nosotros, pues su cualidad negativa resultará vencida por la cualidad de nuestra fuerza espiritual y moral.

Todo depende, en última instancia, de la estimación que tengamos respecto a nosotros mismos, a nuestro ser interior; no de la opinión de los demás, que casi siempre nos engaña, a diferencia de nosotros, que no podemos engañar a nuestra interioridad aunque pretendiéramos hacerlo.
Si hemos obrado con consciencia, con la seguridad insobornable de la rectitud de nuestro ser y proceder, avanzamos por la senda segura de la verdad, cuya luz nos respalda en toda circunstancia y frente a todos...
Si nos asalta la decepción porque recibimos menosprecio e ingratitud de personas a las que hemos servido desinteresadamente; si padecemos el acoso de nuestros enemigos y éstos lucen victoriosos, mientras nosotros yacemos en el barro y la miseria, si se posesionan del poder personas indeseables que imponen los desmanes,  la injusticia, la mentira y el delito, nada debe lograr que nos sintamos derrotados. Antes por el contrario, nuestra fuerza interior, la seguridad íntima de que poseemos la verdad, la certeza de que hemos procedido conforme al deber ser, harán que nos sintamos erguidos y vencedores.
Para finalizar con algo concreto, que sirva de resumen a lo expuesto, recurrimos al siguiente ejemplo: un amigo nuestro, contemporáneo, siendo ya abogado, adoptó a un niño al que otorgó igual trato que a los hijos biológicos. Pagó sus estudios en este país y, después, en el extranjero, donde obtuvo un postgrado en Derecho. Cuando se estableció aquí, comenzó por demandar a mi amigo, a quien logró despojar de varios inmuebles, sin ninguna consideración y olvidando de quién se trataba, de aquél que lo había librado de la miseria mediante la adopción. Abogado contra abogado. Triunfó el demandante, y mi amigo salió derrotado en aquella contienda injusta. Sin embargo, a pesar de la frustración, mi amigo supo recurrir a su ser interior, a la fuerza moral de su recto proceder. Y me dijo:
Él ganó el pleito, pero yo vencí. Porque él obtuvo bienes materiales por las leyes de los hombres, pero jamás podrá negar que su proceder fue injusto y que obré conforme a mi más pura consciencia para adoptarlo y para ayudarlo. No habrá forma ni  medio alguno que puedan borrar la deuda moral que tiene frente a mí. En el fondo, él es mi deudor y yo soy su acreedor, por siempre, en este Mundo y para el otro. Ese es mi  fundamento moral, mi patrimonio moral, mi ascendiente moral, que es insobornable y nadie me puede arrebatar...