SACCAS, OTRO HIJO DE LAS CALLES
Buenas, amigos. Los saluda Saccas.
Simplemente Saccas. No tengo apellido. Y el “Saccas” no sé de dónde ni cómo salió. Tal vez fue
algo que se me quedó pegado en esas calles que vengo pateando desde hace 45
años. Porque hasta creo que nací en alguna calle. Es probable que mi madre haya
muerto cuando me parió. Pero estoy suponiendo. Alguna persona caritativa me
recogió, me bañó y me vistió y de ahí en adelante, también suponiendo, tal vez
fui una pelota, saltando de familia en familia. Hasta que reventó el momento en
que todo tendría que parar: la calle. Porque cuando desperté al uso de la razón,
ya me vi en la calle. Y comencé a andar, ensayando mis caminos de menesteroso,
como hacen todos lo pordioseros del mundo. También fui un rapaz. Robaba cuanto
podía, sobre todo para comer. O cosas que pudieran representar comida porque yo
pudiera venderlas. Sin embargo, gracias a Dios jamás me metieron en algún retén
para menores o algo parecido. Porque amo la libertad. Un día me dije, para
estar comiendo mal en un retén, y además acosado y maltratado, prefiero comer
mal, pero libre. Y bajo esta idea me mantuve y me he mantenido hasta ahora.
Un día tuve la suerte de conocer, por
casualidad, a quien sería mi gran amigo: Simplicio, quien ha sido mi soporte y
mi guía. El me ha enseñado a vivir y sobrevivir. Ha despertado en mí el ansia
de saber, de saber. Y me ha hablado de muchas cosas interesantes, de esas que
hablan y hablan los que saben de verdad, los doctores, aunque encuentro en
ellos algo que me repugna, y esa ese airecillo de importancia. Cómo se avientan
cuando van a decir algo, alguna pendejada, porque hasta ellos, que tanto saben,
dicen pendejadas, pendejadas pequeñas y grandotas. Y cuanto más pendejadas, más
se avientan. A mí me da miedo y me alejo de ellos todo cuanto puedo, porque ¿y
si revientan? Arrojarían hacia todos lados pedazos de carne y huesos y
chorretes de sangre y eso es asqueroso, porque también a los pordioseros, a
pesar de lo que se diga de nosotros, nos provocan asco ciertas cosas, pero
sobre todo la gente que se las da de importante, y muy, pero muy por encima de
todo, los políticos, que por el solo hecho de serlo, indican que son una
ñoña por mucho que vistan y se echen
perfumes.
Conocí a Simplicio cuando menos lo esperaba:
ambos coincidimos en un basurero y sin darnos cuenta el uno del otro, nos
agachamos para recoger una naranja, y nos dimos un topetazo. Levantamos la
cabeza, nos miramos y de inmediato nació entre nosotros una onda de simpatía.
Soltamos una carcajada, y ese fue el grito del amanecer de nuestra amistad. Eso
hace como treinta años. Desde entonces hemos trabajado juntos. Juntos pero no
revueltos. Porque muchas veces la vida nos empuja por caminos diferentes. Pero
nos encontramos de nuevo porque tenemos fijado un sitio de reunión por lo menos
cada tres días, para conversar y cambiar opiniones e intercambiar experiencias,
pues ello forma parte de la supervivencia de los pordioseros.
Como dije, Simplicio me ha enseñado muchas
cosas. Me enseñó a interesarme por los
papeles que encontramos en los basureros. Me enseñó a leer, pues yo no sabía
qué era el abecedario. Me enseñó a interpretar lo que leía, lo cual es muy
importante, pues si no ¿para qué se lee si no es para entender y comprender?
Además, me enseñó a hablar, a conversar, y me ha enseñado a utilizar nuevas
palabras, pero siempre prestando atención a la etimología.
Sí. Simplicio me ha enseñado a expresarme
como es debido. Si no fuese así ¿cómo creen ustedes que estaría diciendo estas
cosas en la forma en que lo hago? Si no fuese porque no quiero parecer
petulante y aventado y bocón como los doctores, me atrevería a decir que me
expreso bastante bien, tomando en cuenta que jamás he asistido a la escuela, y
todo esto se lo debo a mi amigo. El me ha designado como su secretario. Soy,
además, el encargado de ordenar y cuidar sus archivos, que tenemos en un lugar
secreto y seguro. Algún día nuestras memorias serán descubiertas y publicadas y
se llegará a la conclusión de que también los limosneros somos gente culta,
aunque no lo parezcamos debido a los
harapos que vestimos, a que andemos sucios y peludos y a que sólo conservemos
unas cuatro piezas dentales, que sin embargo sabemos manejar como si las
tuviésemos todas completas, pues tal es la dentadura del hambre. Ah. Hablando
de hambres: Antes de que se me olvide: Simplicio y yo estamos escribiendo una
obra que seguramente hará cola entre los candidatos al Premio Nobel: se trata
de una obra de filosofía de la vida-muerte, cuyo título es: “Disquisiciones
Famélicas”, que llevamos bastante adelantada. Pero se trata de un secreto que
seguramente ustedes respetarán. ¿Verdad? Por favor, no lo divulguen, porque en
este hermoso país superabunda la gente envidiosa y podrían robarnos la obra y
luego publicarla alguna editorial ladrona, de ésas que hay por allí afuera. Y
que no lo sepan los políticos porque
podríamos romperles el negocio de aparentar que este es un país próspero, donde
no hay pobres ni mucho menos toneladas de hambre.
Bien, amigos. Un placer el contacto con
ustedes. Volverán a tener noticias de mí. Los invito a visitar la Sección de SIMPLICIO,
EL FILÓSOFO DE LA VIDA MUERTA. Muchas gracias.