miércoles, 17 de junio de 2020

SACCA, OTRO HIJO DE LAS CALLES. JUAN JOSÉ BOCARANDA E.





SACCAS, OTRO  HIJO DE LAS CALLES

Buenas, amigos. Los saluda Saccas. Simplemente Saccas. No tengo apellido. Y el “Saccas”  no sé de dónde ni cómo salió. Tal vez fue algo que se me quedó pegado en esas calles que vengo pateando desde hace 45 años. Porque hasta creo que nací en alguna calle. Es probable que mi madre haya muerto cuando me parió. Pero estoy suponiendo. Alguna persona caritativa me recogió, me bañó y me vistió y de ahí en adelante, también suponiendo, tal vez fui una pelota, saltando de familia en familia. Hasta que reventó el momento en que todo tendría que parar: la calle. Porque cuando desperté al uso de la razón, ya me vi en la calle. Y comencé a andar, ensayando mis caminos de menesteroso, como hacen todos lo pordioseros del mundo. También fui un rapaz. Robaba cuanto podía, sobre todo para comer. O cosas que pudieran representar comida porque yo pudiera venderlas. Sin embargo, gracias a Dios jamás me metieron en algún retén para menores o algo parecido. Porque amo la libertad. Un día me dije, para estar comiendo mal en un retén, y además acosado y maltratado, prefiero comer mal, pero libre. Y bajo esta idea me mantuve y me he mantenido hasta ahora.
Un día tuve la suerte de conocer, por casualidad, a quien sería mi gran amigo: Simplicio, quien ha sido mi soporte y mi guía. El me ha enseñado a vivir y sobrevivir. Ha despertado en mí el ansia de saber, de saber. Y me ha hablado de muchas cosas interesantes, de esas que hablan y hablan los que saben de verdad, los doctores, aunque encuentro en ellos algo que me repugna, y esa ese airecillo de importancia. Cómo se avientan cuando van a decir algo, alguna pendejada, porque hasta ellos, que tanto saben, dicen pendejadas, pendejadas pequeñas y grandotas. Y cuanto más pendejadas, más se avientan. A mí me da miedo y me alejo de ellos todo cuanto puedo, porque ¿y si revientan? Arrojarían hacia todos lados pedazos de carne y huesos y chorretes de sangre y eso es asqueroso, porque también a los pordioseros, a pesar de lo que se diga de nosotros, nos provocan asco ciertas cosas, pero sobre todo la gente que se las da de importante, y muy, pero muy por encima de todo, los políticos, que por el solo hecho de serlo, indican que son una ñoña  por mucho que vistan y se echen perfumes.
Conocí a Simplicio cuando menos lo esperaba: ambos coincidimos en un basurero y sin darnos cuenta el uno del otro, nos agachamos para recoger una naranja, y nos dimos un topetazo. Levantamos la cabeza, nos miramos y de inmediato nació entre nosotros una onda de simpatía. Soltamos una carcajada, y ese fue el grito del amanecer de nuestra amistad. Eso hace como treinta años. Desde entonces hemos trabajado juntos. Juntos pero no revueltos. Porque muchas veces la vida nos empuja por caminos diferentes. Pero nos encontramos de nuevo porque tenemos fijado un sitio de reunión por lo menos cada tres días, para conversar y cambiar opiniones e intercambiar experiencias, pues ello forma parte de la supervivencia de los pordioseros.
Como dije, Simplicio me ha enseñado muchas cosas. Me enseñó a  interesarme por los papeles que encontramos en los basureros. Me enseñó a leer, pues yo no sabía qué era el abecedario. Me enseñó a interpretar lo que leía, lo cual es muy importante, pues si no ¿para qué se lee si no es para entender y comprender? Además, me enseñó a hablar, a conversar, y me ha enseñado a utilizar nuevas palabras, pero siempre prestando atención a la etimología.
Sí. Simplicio me ha enseñado a expresarme como es debido. Si no fuese así ¿cómo creen ustedes que estaría diciendo estas cosas en la forma en que lo hago? Si no fuese porque no quiero parecer petulante y aventado y bocón como los doctores, me atrevería a decir que me expreso bastante bien, tomando en cuenta que jamás he asistido a la escuela, y todo esto se lo debo a mi amigo. El me ha designado como su secretario. Soy, además, el encargado de ordenar y cuidar sus archivos, que tenemos en un lugar secreto y seguro. Algún día nuestras memorias serán descubiertas y publicadas y se llegará a la conclusión de que también los limosneros somos gente culta, aunque no lo parezcamos debido a  los harapos que vestimos, a que andemos sucios y peludos y a que sólo conservemos unas cuatro piezas dentales, que sin embargo sabemos manejar como si las tuviésemos todas completas, pues tal es la dentadura del hambre. Ah. Hablando de hambres: Antes de que se me olvide: Simplicio y yo estamos escribiendo una obra que seguramente hará cola entre los candidatos al Premio Nobel: se trata de una obra de filosofía de la vida-muerte, cuyo título es: “Disquisiciones Famélicas”, que llevamos bastante adelantada. Pero se trata de un secreto que seguramente ustedes respetarán. ¿Verdad? Por favor, no lo divulguen, porque en este hermoso país superabunda la gente envidiosa y podrían robarnos la obra y luego publicarla alguna editorial ladrona, de ésas que hay por allí afuera. Y que no  lo sepan los políticos porque podríamos romperles el negocio de aparentar que este es un país próspero, donde no hay pobres ni mucho menos toneladas de hambre.

Bien, amigos. Un placer el contacto con ustedes. Volverán a tener noticias de mí. Los invito a visitar la Sección de SIMPLICIO, EL FILÓSOFO DE LA VIDA MUERTA. Muchas gracias.

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