sábado, 12 de diciembre de 2015

NOCUENTO DEL ABUELO. LA NOCHE CON GUAICAIPURO, Juan Josè Bocaranda E





NOCUENTO DEL ABUELO.
LA NOCHE CON GUAICAIPURO,
Juan Josè Bocaranda E

Entre los relatos màs increíbles de mi abuelo, sobresale uno que, debido a su signo de misterio, siempre viene a mi memoria, a pesar de la edad que ahora tengo...

Una noche –me dijo-  hace muchos años, cuando ya me había graduado de docente en el Instituto Pedagógico Nacional, que tù conoces, acepté la invitación de una amiga para asistir a su fiesta de graduación como abogada.  Su residencia estaba ubicada en la Urbanización Las Orquídeas, en la zona oeste de esta ciudad.
Me retiré de la fiesta cerca de la una de la madrugada, haciendo esfuerzos de paciencia, pues ni  sè ni sabìa bailar.
Como no tenía vehículo, tuve que recorrer muchas cuadras en bajada a pie. En la avenida transversal que encontré finalmente, ví un bar, adonde entré con la intención de beber un vaso de agua. Cuando estaba en la barra, salieron cuatro sujetos de no supe dónde, y comenzaron, sin ningún preámbulo, a ofenderme, con tal escándalo, que el portugués dueño del establecimiento, nos expulsó a los cinco, tras lo cual bajó la santamaría.
Los cuatro matones me rodearon dispuestos a liquidarme en medio de aquella oscura soledad. Tres de ellos eran de color blanco, fornidos. El cuarto, de piel morena, el más fornido y agresivo de todos.
Recuerdo  que éste último se colocó frente a mí, con saltos y esguinces de boxeador y con los puños listos. Cuando vi en el aire el primer puñetazo que me arrojaría al suelo… no sé qué me ocurrió de pronto…fue como un sueño más o menos momentáneo o no sé cuánto tiempo duró…Abrí los ojos, y estaba completamente solo y de pie. Me palpé la cabeza, el pecho, los brazos, las piernas, y supuse que me habían golpeado y que había perdido la razón…Pero no, estaba a pie firme,  sin golpes, no me dolía la cabeza, únicamente el dedo pulgar derecho, tal vez por causa de algún forcejeo… ¡Y completamente solo!.
En todo caso, enardecido y porque me sentía humillado, decidí buscarlos. Tenía cuatro opciones, pues me encontraba frente a cuatro esquinas. Tomé tal vez la menos probable. Anduve varias cuadras, como si algo me impulsara hacia una meta establecida. Finalmente creí verlos de pie, allà lejos, bajo el farol de una esquina.  Sí. Eran ellos.
Me detuve frente a ellos como a un metro de distancia; no les dije ni una palabra,  y los miré fijamente,..fijamente. Estaban boquiabiertos, pàlidos, sudorosos, demacrados. Temblaban como hojas de papel. Allí estuve no menos de diez minutos,..Los cuatro, en silencio, bajaban la mirada al suelo.
Decidí retirarme. Yo había querido decir la última palabra, y lo hice con mi actitud desafiante,,,mientras ellos tembablan de cobardìa..
Desanduve el camino. Pero, como a dos cuadras de allí, saltó sobre mí un perro lobo, furioso. Extendí la mano derecha, en forma imperativa, y le lancé un gruñido feroz, y tanto, que dio media vuelta y salió corriendo, con el rabo entre las patas, chillando como si lo hubiese golpeado. El dueño, supongo, se asomò a la ventana, para preguntar què estaba ocurriendo, y le dije: Usted es un irresponsable. ¿Por què deja al perro en la calle?. Y me larguè de allì.
Y me fui a mi casa, al otro extremo de la ciudad, a dormir. De vez en cuando me despertaba preguntándome qué había ocurrido y por qué los cuatro sujetos habían huido aplastados por el miedo. Era la madrugada del domingo. El martes siguiente, asistì puntualmente, a las siete de la noche, a la reunión semanal del grupo espiritual al que pertenecía desde varios años atràs. Fue allí donde me enteré respecto a la causa que me había salvado de una muerte segura, asesinado a golpes. Y fue que el hermano Felipe, mi gran amigo, incorporado en un médium, me dijo, entre serio y jocoso, como siempre:
-¡Ajá, “Indio flaco” (¨*), te salvaste de maina!. Los hombres aquellos te hubieran matao si no te hubiera ayudao tu padrino  Guaicaipuro. Tienes que estarle muy agradecío.
Claro que le estoy muy agradecido. Tanto que aún lo hago hoy, a màs de  cincuenta años de distancia,  cuando  no me había casado, es más, cuando ni siquiera conocía a tu abuela Iris.
Es un honor para mì ser ahijado y protegido nada menos que de Guaicapuro, “Guapeton” (que en lengua indígena significa “Jefe de Jefes”). El Cacique que jurò rendirse jamàs y que mantiene su juramento aun en el màs allà. En otra ocasión te hablarè de la noche del “Dìa de la Raza” de l999, cuando Guaicapuro y el conquistador Diego de Lozada tuvieron un encuentro, en mi presencia.
-¿Tù me crees?
-Sì, abuelo, claro que te creo.
-Pues quien quiera creerme, crea. El que no, que se guarde su increencia, pues seguramente merece no creer…

(*) Apodo que me había asignado desde hacìa tiempo el propio Guaicaipuro, a quien servìa de traductor en las sesiones de sanación