NOCUENTO
DEL ABUELO.
LA NOCHE
CON GUAICAIPURO,
Juan Josè Bocaranda E
Entre los relatos màs increíbles de mi
abuelo, sobresale uno que, debido
a su signo de misterio, siempre viene a mi memoria, a pesar de la edad que
ahora tengo...
Una noche –me
dijo- hace muchos años, cuando ya me
había graduado de docente en el Instituto Pedagógico Nacional, que tù conoces,
acepté la invitación de una amiga para asistir a su fiesta de graduación como
abogada. Su residencia estaba ubicada en
la Urbanización Las Orquídeas, en la zona oeste de esta ciudad.
Me retiré de la
fiesta cerca de la una de la madrugada, haciendo esfuerzos de paciencia, pues
ni sè ni sabìa bailar.
Como no tenía
vehículo, tuve que recorrer muchas cuadras en bajada a pie. En la avenida
transversal que encontré finalmente, ví un bar, adonde entré con la intención
de beber un vaso de agua. Cuando estaba en la barra, salieron cuatro sujetos de
no supe dónde, y comenzaron, sin ningún preámbulo, a ofenderme, con tal
escándalo, que el portugués dueño del establecimiento, nos expulsó a los cinco,
tras lo cual bajó la santamaría.
Los cuatro
matones me rodearon dispuestos a liquidarme en medio de aquella oscura soledad.
Tres de ellos eran de color blanco, fornidos. El cuarto, de piel morena, el más
fornido y agresivo de todos.
Recuerdo que éste último se colocó frente a mí, con
saltos y esguinces de boxeador y con los puños listos. Cuando vi en el aire el
primer puñetazo que me arrojaría al suelo… no sé qué me ocurrió de pronto…fue
como un sueño más o menos momentáneo o no sé cuánto tiempo duró…Abrí los ojos,
y estaba completamente solo y de pie. Me palpé la cabeza, el pecho, los brazos,
las piernas, y supuse que me habían golpeado y que había perdido la razón…Pero
no, estaba a pie firme, sin golpes, no
me dolía la cabeza, únicamente el dedo pulgar derecho, tal vez por causa de
algún forcejeo… ¡Y completamente solo!.
En todo caso,
enardecido y porque me sentía humillado, decidí buscarlos. Tenía cuatro
opciones, pues me encontraba frente a cuatro esquinas. Tomé tal vez la menos
probable. Anduve varias cuadras, como si algo me impulsara hacia una meta
establecida. Finalmente creí verlos de pie, allà lejos, bajo el farol de una
esquina. Sí. Eran ellos.
Me detuve frente
a ellos como a un metro de distancia; no les dije ni una palabra, y los miré fijamente,..fijamente. Estaban
boquiabiertos, pàlidos, sudorosos, demacrados. Temblaban como hojas de papel.
Allí estuve no menos de diez minutos,..Los cuatro, en silencio, bajaban la
mirada al suelo.
Decidí
retirarme. Yo había querido decir la última palabra, y lo hice con mi actitud
desafiante,,,mientras ellos tembablan de cobardìa..
Desanduve el
camino. Pero, como a dos cuadras de allí, saltó sobre mí un perro lobo,
furioso. Extendí la mano derecha, en forma imperativa, y le lancé un gruñido
feroz, y tanto, que dio media vuelta y salió corriendo, con el rabo entre las
patas, chillando como si lo hubiese golpeado. El dueño, supongo, se asomò a la
ventana, para preguntar què estaba ocurriendo, y le dije: Usted es un
irresponsable. ¿Por què deja al perro en la calle?. Y me larguè de allì.
Y me fui a mi
casa, al otro extremo de la ciudad, a dormir. De vez en cuando me despertaba
preguntándome qué había ocurrido y por qué los cuatro sujetos habían huido
aplastados por el miedo. Era la madrugada del domingo. El martes siguiente, asistì
puntualmente, a las siete de la noche, a la reunión semanal del grupo
espiritual al que pertenecía desde varios años atràs. Fue allí donde me enteré
respecto a la causa que me había salvado de una muerte segura, asesinado a
golpes. Y fue que el hermano Felipe, mi gran amigo, incorporado en un médium, me dijo, entre serio y jocoso,
como siempre:
-¡Ajá, “Indio
flaco” (¨*), te salvaste de maina!.
Los hombres aquellos te hubieran matao
si no te hubiera ayudao tu
padrino Guaicaipuro. Tienes que estarle
muy agradecío.
Claro que le
estoy muy agradecido. Tanto que aún lo hago hoy, a màs de cincuenta años de distancia, cuando no me había casado, es más, cuando ni siquiera
conocía a tu abuela Iris.
Es un honor para
mì ser ahijado y protegido nada menos que de Guaicapuro, “Guapeton” (que en
lengua indígena significa “Jefe de Jefes”). El Cacique que jurò rendirse jamàs y
que mantiene su juramento aun en el màs allà. En otra ocasión te hablarè de la
noche del “Dìa de la Raza” de l999, cuando Guaicapuro y el conquistador Diego
de Lozada tuvieron un encuentro, en mi presencia.
-¿Tù me crees?
-Sì, abuelo,
claro que te creo.
-Pues quien quiera
creerme, crea. El que no, que se guarde su increencia, pues seguramente merece
no creer…
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