La Moral no
envejece. No es cuestión de tiempo sino de consciencia y de dignidad.
-Hijo, eres
juez. ¿Sabes lo que eso significa?
Tuerces la ley para tu beneficio como si fueses su dueño. Tus sentencias
son un amasijo de falacias, que enfilas, conforme a tu interés, hacia el mejor
postor. Y eso es inmoral.
-¡Papá, déjate
de los remilgos moralistas de los jueces viejos!. Hoy vivimos otras realidades,
distintas a las de tus días de juez.
-La Moral no envejece. No es cuestión de tiempo sino de consciencia y de dignidad.
El hombre consciente y digno existe en todas las épocas, porque la una y la
otra son base y condición de los valores morales y espirituales.
-Yo me someto
al libre albedrío, y punto. Lo demás no cuenta para mí.
-¡Cómo has
cambiado! Tú no eras así. No fue así como te formamos tu madre y yo.
-Sí. Desde que
“descubrí” lo conveniente del libre albedrío soy otro.
-Pero, te
equivocas. El libre albedrío cabe cuando se trata de la Moral privada, no de la
Moral Pública, a la que no tienes derecho de acomodar a tu conveniencia. Porque
justamente pertenece a una esfera que está por encima de los intereses
particulares.
-¿Podrías
explicarme por qué?
-Como
individuo, cuando practicas los valores morales, estás propugnando por tu
propio desarrollo espiritual. Ese es el fin de la Moral privada. En cambio,
como funcionario, tu conducta debe someterse a los dictados de la Moral
Pública, que no persigue el desarrollo espiritual del individuo, sino el
desarrollo espiritual de la sociedad, del país, del funcionario, del Estado.
Ambos aspectos deben marchar juntos, por razones de coherencia y de integridad
moral.
-¡Bah! Simples
sutilezas de la gente que presume de “pensante” y que se dedica a eso porque le
sobra tiempo. Son puras pendejadas.
-¿Pendejadas?
¿Adónde piensas llegar? Ese es, justamente, el problema: eres como tantos
abogados ensoberbecidos que aparentan acoger la verdad y guiarse por los
principios morales, pero en realidad los odian. Por eso arrojan silencio e
ignoran lo que no les conviene. Son unos hipócritas soberanos.
-Pues Yo digo
lo que un compañero de la Escuela de Derecho, cuando cursábamos segundo año:
“lo mío es el billete. Lo demás no me interesa”.
-Qué
lamentable. Ya hasta hablas como los delincuentes