domingo, 10 de julio de 2016

. EL JUEZ QUE VIVIFICÓ LA LEY Juan José Bocaranda E

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EL JUEZ QUE VIVIFICÓ LA LEY
Juan José Bocaranda E

¿¿¿De qué vale una ley nueva si quien la aplica es un juez de  espíritu avejentado???

Si hay jueces sabios, sin duda lo es el  que logra sacar partido aun a las leyes viejas.
Recordamos cómo, a comienzos de los años 60, un juez salvó del embargo la nevera de una humilde señora en la ciudad de Barquisimeto. Y no lo hizo por arte de magia, ni por los caminos verdes, ni implorando al más allá: “simplemente” usó la inteligencia y el sentimiento de lo humano, y aplicó nada menos que el artículo  1929 del Código Civil, de larga data,  que prohíbe la ejecución del lecho del deudor, de su cónyuge y de sus hijos; de la ropa de uso de las mismas personas y de los muebles y enseres que estrictamente necesiten el deudor y su familia; de los libros, útiles e instrumentos necesarios para el ejercicio de la profesión, arte u oficio del deudor; de los dos tercios del sueldo o pensión de que goza el deudor, etc.

En esta lista no se lee por ningún lado la palabra “nevera”, y cómo podría leerse si se tiene en cuenta que mientras la primera nevera como tal se lanzó al mercado en 1938,  aquella  disposición legal tiene varios siglos de existencia. No obstante todo esto, el juez incluyó los refrigeradores  domésticos en la lista, en virtud de la analogía, pues consideró que las neveras contribuyen a la economía del hogar, porque evitan tener que ir al mercado todos los días, lo que favorece en especial a las personas de escasos recursos pecuniarios. Sin duda, se trataba de un Juez sabio, consciente y verdaderamente humano, cuyo ejemplo deberían seguir muchos otros juzgadores. En especial los que tornan viejas las leyes nuevas, antes de tiempo, debido a una interpretación retrógrada.

Otro Juez no se hubiese desprendido del monóculo décimonónico del dogmatismo y hubiese embargado la nevera de aquella pobre mujer, sin el más pequeño toque de consciencia. Y nadie hubiese logrado convencerlo de que –como dicen las Escrituras Sagradas- “la letra mata y el espíritu vivifica”, ni de aquello de que “no se ha hecho el hombre para la ley sino la ley para el hombre”.

De todo lo anterior se infieren dos puntos básicos:
primero,
que los jueces no deben matar el espíritu de las leyes, deteniéndose en la superficie en busca de una justicia meramente filológica, en vez de profundizar en su significado en función de la realidad, con inteligencia y sentimiento de lo humano.

y, segundo,
que para ser Juez no es suficiente pasar por una Universidad, ni tener esteradas de diplomas todas las paredes de la oficina, ni realizar cursos y hasta “cursillos de cristiandad”, sino que es necesario, como base, tener disposición para abrirse al espíritu de los nuevos tiempos y de la solidaridad humana y social. Porque es allí donde radica la esencia del buen juzgar. Es allí donde se oculta “la magia simpática de las leyes”. 
Parafraseando al filósofo: es preferible un juez bueno que una buena ley.