ANDANZAS DE DOS ZAPATONES
DE ALTO NIVEL VENIDOS A MENOS. LOS GUACHICONES
CASOLETA Y CAMBRILLÓN.
Todos hablan de la fidelidad del
perro, pero de la lealtad de los zapatos no.
Dos zapatos
concebidos por el mismo diseñador, nacidos en la misma fábrica, elaborados con
la misma clase de material, consentidos por el mismo dueño, pero no hijos,
necesariamente, del mismo zapatero. Aunque ambos, venidos al mundo en un mismo
recinto, se ilusionan con que sí lo son. Y es que han sido hermanados por el
mismo dueño, por la misma vida, por las mismas circunstancias y por igual
destino.
Es algo indiscutible. Cuando caen en abandono, los zapatos malviven como
viven los pobres, porque pasan a serlo. Obran como los pordioseros, porque
demandan la caridad cristiana. Sufren, se desvelan, son víctimas de las plagas
y de las enfermedades, y padecen sin esperanza, sin fe y con muy poca caridad,
y los atormentan la sed, el hambre y el frío, porque son marginados. Además,
aunque haya sido largo su servicio, el dueño olvidó -o quiso olvidar- los
beneficios de la jubilación.
Pero, ¿quién puede asegurar que los zapatos no sienten y no aman
como los perros a sus amos, y que tampoco son leales? ¿Quién puede asegurar que no existe una escala
social entre los zapatos y que cuando ya están viejos y abandonados no van a
formar parte de las capas de los desamparados, en un mundo de detritos, donde
se pierde toda iniciativa, todo asomo de orgullo, todo rasgo de rebeldía,
todo átomo de dignidad? No. No están en condiciones de germinar
rebeldías ni rebeliones. Allí no hay campo para las “revoluciones”, cuyo papel
asumen quienes no necesitan de ellas sino para medrar y justificar su
envilecimiento.
¿Que Casoleta y Cambrillón hablan como gente culta? Pues ¡claro que sí!.
Eso es inevitable. También entre los zapatos los hay cultos. Sobre todo
aquellos que servían a un dueño rico, de ésos a quienes los zapatos llevaban a
la ópera, a tertulias literarias, a saraos y condumios de altas esferas, a
exposiciones de arte y a bibliotecas elegantes, lo que incluía, por supuesto,
la asistencia a selectos recintos universitarios y a laboratorios de avanzada
científica y tecnológica de punta.
Por si lo anterior fuese poco, hay que agregar que los zapatos son
silenciosos y atentos, y escuchan y escuchan y escuchan. Nada se les
escapa. Y ello es otra fuente de
aprendizaje. Cuando escuchan a su dueño conversar y actuar en la intimidad,
sólo se miran entre ellos a los ojos, en la semisombra, para ponderar y
acentuar con insinuaciones elocuentes. Ocultos en el closet o debajo de la cama,
aprenden de quienes dicen dormir por encima de ellos. Se enteran de todo…pero
son tan leales, que jamás se ha dicho, ni se dirá en algún libro de
historia ni en algún informe policial, que alguna vez hubo un zapato que delató
a la esposa del dueño por casquivana y resbaladiza. Gracias a la discreción de
los zapatos, han logrado sobrevivir por lo menos en las apariencias, muchos
matrimonios. Y es que los zapatos son inteligentes y perspicaces. Allí donde se
les ve son expertos en “hacerse los polacos” respecto a lo que oyen y
presencian. Callan, escuchan, observan,
aprenden y redactan, porque también tienen de periodistas. Y de escritores
expertos en el arte narrativo o en la técnica bibliográfica. Lo cual les
califica para prestar servicios en entidades empresariales o científicas, sólo
que se les mira prejuiciosamente cuando se sabe que vienen a menos como los
mortales.
Hemos logrado establecer en nuestras serias, profundas y acuciosas
labores de investigación, en la historia de los zapatos, que cuando su dueño
les resulta leal, conservándolos en uso con longevidad, amor y gratitud, se
compenetran sus esencias, y el dueño comienza a pensar como los zapatos, es
decir, en un silencio creativo, y los zapatos comienzan a pensar como los
dueños, con tiento, con prudencia y profundidad.
Y cuando un escritor, científico o filósofo, recluidos por la vejez y en
el olvido, beneficia sorpresivamente al mundo con una obra cumbre,
estemos seguros de que allí se encuentran los zapatos como causa del impuso
creador, con su silencio reflexivo que el sabio recibe como una lección,
con humildad y gratitud, pero sin revelar el secreto. Porque, si este
secreto se llegase a conocer, comenzaría la explotación inhumana de los
zapatos, pues los narcotraficantes y los malvivientes (que en realidad son lo
mismo), se apresurarían a crear la “trata de zapatos viejos”, como existe la
“trata de carne humana”, y ello sería algo absolutamente despreciable.
También forma parte de aquella recepción de la esencia de los zapatos
por parte del dueño, la forma de caminar. Porque el dueño comienza a caminar
como andan los zapatos vacíos de pies: livianos, como pisando nubes, lo cual es
beneficioso porque es una especie de apertura del “camino al cielo” para el pensador,
a medida que se acerca el fin de sus días en el plano tierra. De esta manera
los zapatos contribuyen al bienestar interior de sus dueños, quienes toman las
cosas de la vida con la filosofía de la paz, acentuando en ellos, día tras día,
una tranquilidad de ánimo tal que de por sí lleva a la reflexión y a la
creatividad que a veces cristaliza, como ya dijimos, en obras cumbres que
benefician a la humanidad.
Y, tornando al tema de la paz, debemos agregar que la filosofía de la
paz es, por lo general, la filosofía de todos los zapatos, aun de los que han
ido a la guerra. Porque los zapatos son pacíficos por naturaleza, pero la
maldad del hombre los arrastra al campo de batalla y los deja torcidos,
boquiabiertos, desgarrados y desmoralizados. Por culpa del hombre, quien todo
lo daña, inficiona y corrompe, el corazón inocente de los zapatos enferma y se
inclina a la decadencia…
Es digno de admiración, por otra parte, cómo, en aquellas condiciones,
los zapatos absorben de la esencia del dueño, y se convierten, de tanto
escucharlos, en seres pensantes. Por eso hay zapatos filósofos, sabiondos y
elocuentes como los profesores dotados de bruñida facundia en el hablar.
Hay zapatos esforzados, aguerridos y
ágiles como los samurais; zapatos poetas que como auténticos vates, son
debidamente bendecidos y consagrados por el colegio de aquellos pontífices
que tienen la misión sagrada de sancionar las reglas del arte, entre ellas las
relativas a la cuentística. Reglas tan estrictas y puntillosas, que aquel
zapato que ose salirse de ese camino de rigidez impoluta, es señalado como
apócrifo y malhablado, digno del ostracismo intelectual.
Existen, igualmente, los zapatos sociólogos o trabajadores sociales, que
patean de tal modo las calles de ciudades y barrios, que han logrado para los
pobres, reivindicaciones bastante significativas, de tal magnitud que todos esos
beneficiarios viven una vida placentera,
en ambientes cómodos y con abundancia de medicinas y alimentos.
Ah. Por supuesto. No podían faltar los zapatos juristas, que no lo
pueden ser sino únicamente los de “alto coturno”, es decir, los “juristas de
tacones altos”, que se destacan en toda circunstancia y son autores de obras
enjundiosas que proyectan luz a toda la humanidad. Por supuesto, son de aquella
calaña de quienes se solazan en las entrevistas periodísticas o por televisión
y no escatiman oportunidad para difundir a través de las redes sociales, pensamientos,
sentencias y condensaciones filosóficas tales, que gracias a esas orientaciones
espléndidas y gratuitas, el mundo ha podido salvarse de la destrucción, de las
guerras y de la mala voluntad.
En fin, hay zapatos para todas las profesiones, y con lo dicho basta.
Es
extremadamente conocido el principio hermético de que “como es arriba es
abajo”: se trata de un principio que opera en vertical. De arriba abajo y de
abajo arriba. Pues bien, hacía falta atender a la horizontalidad, y por eso los chinos inventaron
el principio de que “como es allá es acá y como es acá es allá”. De ahí que,
con base en este principio invadan la Tierra hasta el último rincón, para
imponer sus productos con más ventajas para allá que para acá.
No faltó
alguien – y sucedió en Suecia- que propusiera combinar la verticalidad con la
horizontalidad, y de allí surgió “la cruz de la verdad”, que adoptó el Vaticano
para que se santiguaran los cardenales ostentando cristianismo puro, de pobreza
y humildad…
Conforme al
principio de horizontalidad, existe una estructura paralela de saberes universitarios. El paralelismo es
sencillo: cada zapato profesional debe imitar a su par humano, para que el
mundo luzca más uniforme y ordenado. Por ejemplo, así como los médicos
manifiestan ser verdaderamente humanos en todo momento y circunstancia, los
zapatos médicos deben obrar con abnegada elevación espiritual, consagrados al
servicio desinteresado. Y así, por lo que se refiere a las demás profesiones,
lo que garantiza un mundo mejor en la realización plena de los derechos
humanos, que para algo están…, aunque sea para que no se cumplan y sólo sirvan
a ciertas personas como mero “modus vivendi” en un mundo donde reina el
desempleo…
Los zapatos estudian y se gradúan en la “Universidad de la Vida”,
basándose sobre todo en la experiencia, fuente de sabiduría. No ostentan
títulos, no porque no los merezcan, sino porque no existen profesionales
suficientemente calificados, a su altura intelectual y sapiencial, dignos de
entregarles el papiro milagroso, que abre (casi) todas las puertas.
Ahora bien, los zapatos indigentes, a medida que los años pasan, van
cayendo en el letargo. Un letargo permanente, que los acompaña a todas partes.
Las necesidades insatisfechas, las frustraciones febricitantes, las rabias
contenidas, la resignación forzada, se les profundiza en el alma. Y el alma
recurre a la estratagema del realismo fantástico, donde los zapatos sueñan,
dormidos o despiertos, vidas de la gente chic. Y se intercambian sus
sueños, y se los alimentan y fortalecen mutuamente: todo allí es mentira, pero
todo es realidad. Cada uno asume un papel que vivir, en un cuadro
espontáneamente conformado en el teatro bufo de los zapatos pobres, donde sólo la muerte es la que jubila, y con
creciente tristeza. La tristeza del zapato viejo que percibe en cuero propio en
qué forma lo destroza el tiempo, diente
a diente, suela a suela, hasta verse reducido a un mustio cascarón seco de fe.
Sin embargo, aun así, con ansias de eternidad, exhala recuerdos gratos a la memoria
del dueño que supone le aguarda al otro lado del ser y de la nada, donde todo,
según dicen y se espera, todo regresa a la juventud con el gozo revitalizante
del reencuentro.
Pero, no es suficiente saber de la vida de los zapatos viejos: es preciso
escucharlos para ver qué dicen en las horas del silencio triste…
DIÁLOGO DE LOS ZAPATOS CAMBRILLÓN
Y CASOLETA
Tanto los zapatos como los perros somos
símbolos de la amistad con
el
hombre.
Escuchemos en silencio, esta vez nosotros, qué dicen y comentan los
zapatos viejos…
……………
CASOLETA. -
Cambrillón, hermano, juntos nacimos y juntos habremos de morir. Por algo
venimos de la misma lezna.
CAMBRILLÓN. -
Seguramente así lo planeamos en el bardo, según dicen las sabiondas.
CASOLETA-. ¿A
cuáles de tantas sabiondas te refieres, pues esa clase de gente abunda más de
la cuenta?
CAMBRILLÓN-.
Me refiero a las sabiondas metafísicas
CASOLETA. - Si
lo dicen las metafísicas, santa palabra. No hay pele. Esa gente es muy
sabionda. Hasta charlan con los ángeles, a diferencias de nosotros, que no
charlamos ni con los diablos.
CAMBRILLÓN.
-Cuando una dama de ésas tiene algún problema, riiiiig, riiiiiiig, riiiiiig
y se comunica con los querubines como yo con mi madre cuando me daba la teta.
CASOLETA. -
Pero no es necesario para ellas tener algún problema: llaman y fastidian a los
ángeles para saludarlos, simplemente, a hora y a deshora, valiéndose de que
allá donde ellos moran no hay relojes, salvo el reloj de la eternidad con su
permanente tic tac…
CAMBRILLÓN. –
Y eso no lo hace cualquier pela-perros mortal como tú o yo. Esas personas se
comunican con los ángeles de pu a pu,
porque son tan puras, tan puras, que alumbran como una luminaria, y los
ángeles se sienten atraídos por ellas como los mosquitos por la llama de una
vela.
CASOLETA-.
Ahora, tornemos, hermano, al punto de nuestra preocupación trascendental, al leit
motiv de nuestros días y de nuestros años: si nosotros mismos programamos
nuestra vida en el más allá, no tenemos derecho a protestar contra la pelamuerte
en el más acá, porque nosotros la aceptamos en el contrato. Eso sí, debemos
quemar karma, quemar karma, quemar karma, hasta que nos volvamos carbón y humo.
CAMBRILLÓN. –¿Quién
nos asegura que nosotros, como idiotas masoquistas, firmamos algún contrato en
el más allá, para programar esta dulce vidorria que nos acogota y entristece?
¿No será invento de ellas para engatusarnos y que nosotros seamos víctimas de
la vida y de nuestra propia pendejada?
En todo caso,
por si las dudas, yo voy bien encaminado
en cuanto a la quema de karma. Los dedos de los pies los tengo fríos y negros,
ya ni me sale sangre. Ni los siento cuando me doy un tropezón buscando sobras
en los basureros. Parecen carbones.
CASOLETA.- Yo en estos días dejé el uñón en un clavo,
cuando estuvimos en el Mercado de Coche. Y eso me le da un respirito al
corazón, porque veo que yo también voy por el buen camino. Por el camino
acertado, para quemar karma, que a eso hemos venido, para salvarnos y ascender,
como lo quiere nuestro Padre que está allá arriba.
CAMBRILLÓN.-
Claro, porque si compartimos el sufrimiento hoy, compartiremos una parcela en
el Cielo, mañana.
CASOLETA.- Por
eso debemos dar gracias al Cielo porque cada día nos lleva al goce eterno. ¡Y en qué forma!
CAMBRILLÓN.- Pero,
consolémosnos. El tiempo de sufrimiento pasa rápido. ¿Qué son setenta años
llevando vainas, si después gozaremos de la luz divina. Qué son setenta años
frente a la eternidad?. Una bagatela, una minucia, una nimiedad, una futilidad,
una fruslería, una…
CASOLETA. -
Qué bien te expresas. Pareces un iluminado con esas palabras de oro, y hasta
pareces filósofo, de esos que se pasean por los pasillos de la Universidad
sudando trementina de tanta sabiondez y fumando pipa para que los pensamientos
se eleven y se vayan por el aire, a esparcir sobre las montañas, los bosques,
los mares y los ríos, semillas de bondad y paz. Porque no hay que negar la
utilidad de la filosofía. Gracias a ella marcha muy bien el mundo, este mundo
cada vez más inmundo…
CAMBRILLÓN.-
Ay, hermano, tú como que te estás burlando de mí. Tú eres más poeta y sabiondo
que yo. ¡Qué vibra poética. Con qué garra metamorfoseas, y con qué facilidad
aciertas en el clavo!.
CASOLETA.-
Bueno, digamos que llevamos la misma sangre y que por nuestras venas corre la
esencia de la sabiduría milenaria.
CAMBRILLÓN.-
¡No sigas, que voy a llorar de la emoción. Cómo se pierde la sapiencia en las
calles de este país. Y pensar que a esta hora podrías estar infundiendo
sabiduría en la Universidad que está por aquí cerca.
CASOLETA.- No
creas. La sabiduría es lo que menos interesa a los estudiantes. Les interesan
los billetes. Lo suyo es graduarse ya, ya, para salir a trasquilar clientes.
Por eso, mientras cursan estudios se vuelven, casi todos ellos, unos bufones
lamecueros, detrás de los profesores hasta que se gradúan. No tienen
dignidad.
CAMBRILLÓN.`-
¿Y cómo sabes esas cosas, si jamás has ido a la universidad?
CASOLETA.- Porque
yo leo, yo me instruyo. ¿O qué crees que hago en los basureros después de una
opípara manducata? Soy inquisitivo, busco el hueso de la realidad. Busco
periódicos, busco revistas, material legible, materia captable, agible, inteligible,
para alimentar el intelecto, para comprender la esencia de mi vida, la razón de
ser de mi peregrinar por el planeta, mi destino trascendental. Y me echo de
espaldas a la sombra de una mata, a leer y a meditar. La gente cree que estoy
durmiendo y dice “qué vagos, qué flojos”. Pero, yo estoy meditando. En realidad
estoy meditando..
CAMBRILLÓN.-
Con razón me enseñas tantas cosas cuando me hablas como si acabaras de venir de
la NASA o de la Sorbona o de la UNESCO o de la Sociedad Max Planck. Pura sapia,
de la buena. Y hasta he aprendido a expresarme de lo tan bien que tú lo haces.
CASOLETA.-
Pues todo eso se lo debo a la meditación. Pero, no pensar en el pasado, ni
siquiera para gozar de los buenos recuerdos. Tampoco en el futuro, porque no
somos funcionarios del Ministerio de Planificación. Pensar en el presente, sólo
en el presente. En este presente tan hermoso, tan hermoso, que debemos
aprehender el instante en su divina perfección, como parlotean las divinas
metafísicas.
CAMBRILLÓN.-
El aquí y el ahora son el momento preciso, justo, para ver con gozo infinito
cómo estamos jodidos, en este barrial, comiendo porquerías.
CASOLETA.-
Pero son porquerías de hoy, del momento, fresquecitas, por lo que estamos
seguros de que no tienen bacterias ni causan indigestión. Hay que
tragárselas ya, ahora, eso sí, antes de que se pongan completamente piches.
CAMBRILLÓN.-“¿Piches,
dices? ¿Querrías decir putrefactas, descompuestas, corrompidas,
infectas, rancias o pútridas?
CASOLETA.-
Quiero decir todo eso junto, aunque las palabras muy poco importan, a menos que
se quiera disfrazar la realidad, como hace la gente fina, que dice deposición, deyección, heces,
estiércol, suciedad, boñiga o zirullo, en vez de decir “mierda” de una buena
vez, hablando “castellanamente”, como decía aquella amiga nuestra, canaria, que
era conserje en Las Palmas…¿La recuerdas?
CAMBRILLÓN.-
Claro que sí. Dónde almorzábamos los domingos porque ella nos invitaba a comer
las sobras que dejaban los dueños de los apartamentos. Hasta que se regresó
para Tenerife, porque se casó con el padre Mario.
CASOLETA.-
Cómo coincidimos tú y yo en el pensar, en el sentir, en el decir. Y es que nos
parió el mismo zapatero, que en paz descanse. Por eso no somos sólo hermanos,
sino mellizos o “morochos”.
CAMBRILLÓN.
-Lástima que no fuimos gemelos, pues nos la hubiésemos arreglado con la
comunicación telepática, sin necesidad de celular.
CASOLETA. - Yo dejé de usar celular desde que vi por
televisión que los celulares causan tumores cerebrales…
CAMBRILLÓN.- Además, esas llamadas de Alemania o de la UE
o de las universidades, de las academias, despertándolo a uno a deshora,
para hacernos consultas que desestiman y
después reírse de nosotros porque nos
consideran retrasados del tercer mundo.
CASOLETA.-Y
otra cosa, las llamadas por pagar, es decir, para pagarlas nosotros, de
Argentina, México, Estados Unidos o Canadá y hasta de Cabo Verde o China.
¡Abusadores!
CAMBRILLÓN.- Y
mal agradecidos y mala paga.
CASOLETA.- Es
inevitable. Cuando uno se gana una bien merecida fama de sabiondo y
generoso…eso atrae. “Los Morochos Casoleta y Cambrillón”. Quién no los conoce…
CAMBRILLÓN.-
¡Epa! Se nos ha pasado el tiempo en tan valioso filosofar. Mi reloj me dice que
ya es hora de que busquemos nuestros
petates.
CASOLETA.- Es
verdad…Mejor retirémonos a nuestros aposentos, que nuestro castillo nos espera.
Es casi la media noche y el mayordomo debe estar agotado, aguardando la llegada
de nuestro carruaje.
CAMBRILLÓN.-
No importa. Para eso le pagamos en euros, para que le rindan…Ya se le irá el
sueño cuando los cascos de los caballos resuenen en el pavimento…Además, el
auriga tendrá la previsión de llamarlo por el walkie-talkie para que se
apreste a recibirnos, rodeado por la alegre jauría de los lebreles.
CASOLETA.-
Olvidaba que mañana tendremos reunión con los accionistas del calzado.
CAMBRILLÓN-
Será una jornada bastante pesada.
CASOLETA.-
Propondré la fabricación de unos guachicones especiales para los políticos, con
alitas como los de Hermes, el dios griego, para que lleguen volando a la
tesorería nacional, su verdadera razón de ser y apetecer.
Se acuesta
cada uno en su cartón, se duermen de inmediato y continúan en sueños los dulces
sueños de millonarios fatuos.
93.DIALOGUILLO NOCTURNAL DE
CAMBRILLÓN Y
CASOLETA.
Que vegeten los inútiles de la
vida, los superficiales, los mediocres, los estúpidos, los que se empanzan de
veneno de televisión.
-¡Qué agradable, hermano, recostarse a la luz de
la luna, al borde del basurero, para dialogar la sobremesa después de una
cena nutritiva!
-Sí. Es algo que yo jamás querría cambiar por
otra forma de vida. Porque, ¿tú has pensado en los beneficios que esta sabrosa
vidorria nos rinde y los dioses nos deparan?
-Es verdad. Son momentos que debemos aprovechar
al máximo, para sacarle el jugo a la existencia. Porque, si no, ¿a qué hemos
venido a la Tierra? ¿A vegetar?
-Es lo que yo digo. Que
vegeten los inútiles de la vida, los superficiales, los mediocres, los
estúpidos, los que se empanzan de veneno de televisión. No nosotros, pues
por algo nos arrojó el destino al trajín de las experiencias cotidianas, a
marchar, como viejos soldados de la guerra fría; y tomar lecciones de esta
pequeña escuela de pruebas placenteras, que tanto añoran, alaban y ponderan las
damas metafísicas.
-Muy bien lo enfocas, hermano. Como dijo el
poeta, hay que agregar lo útil a lo dulce. Por eso, a lo agradable de esta vida
debemos sumarle el provecho para la salud.
-Todo clarísimo. Como un amanecer. Lo agradable
está en que moramos y vivimos cómodos. A pleno dar. Y lo útil, en que estamos
en contacto permanente con la suciedad, con la porquería, con toda clase de
bichos y bacterias, lo cual nos hace inmunes a todas las enfermedades, por lo
que no necesitamos ni médicos ni medicinas.
-En otras palabras, estamos inmunizados de tanto
andar con bichos y entre bichos.
- Sí, entre bichos de cuatro y hasta de dos
patas, que son los peores, porque se las dan de inteligentes y de moralistas.
-Y de cristianos, aunque a la hora de la verdad
maten y quemen.
-Estamos inmunizados también de todo tipo de
virus, hasta de los más sutiles e insidiosos, como los políticos, siempre
malintencionados y dispuestos a la traición.
-Los virus, coronados o sin corona, esos
ladrones de enzimas, no pueden en modo alguno con nuestra salud de hierro.
Porque somos como el acero. Aun cubierto de moho, acero es acero, y nada puede
apolillarlo.
-Somos portadores de una sangre a prueba de
balas. Contra nuestro organismo no hay alimaña que valga.
-Nuestra sangre vale millones de dólares. Una
vacuna con una sola gota de nuestra sangre, puede inmunizar a miles de
personas…Somos seres multiplicadores de la salud. Somos portadores de sangre
universal.
-Pero eso a la vez encierra un peligro. Mejor
nos quedamos quietos, soportando el aguacero de la miseria, en vez de estar
pensando en millones, que pueden terminar con nuestra dulce vida. Porque apenas
se enteren los chupópteros de las farmacéuticas, nos la dedican hasta que nos
dejen secos, después de succionarnos la sangre a poncheradas. Cuando nos chupen
toda la sangre para fabricar vacunas, quedaremos hechos momias.
-Bueno. Sea como sea. Dejemos ese negocio a otros,
pues está lleno de peligros, y nos arrancaría de esta vida placentera. Disfrutemos
de los pocos días que nos quedan. Recuerda que somos guachicones viejos y
cansados, y que vamos, sin darnos cuenta, al camposanto.
-Seguro que sí, y a la paz eterna, a perecear a
pleno gusto, entre alfombras y brocados, comiendo uvas embriagantes y en
compañía de mujeres en paños menos que menores, disfrutando de la danza del
vientre y…
-No sigas, hermano. No adelantemos la hora de la
partida. Necesito dormir. Estoy que boto las costuras de tanto sueño. Buenas
noches, hermano…
-Que los dioses sirvan de algo, nos bendigan y
nos protejan.
-Amén.