MEMORIAS DE DIÓGENES
¡HOLA, VIEJOS AMIGOS!
¡Hola, viejos y queridos amigos! de aquellos
hermosos días de la Escuela de Derecho en
la ilustre Universidad de Magnesia, bautizada por los sabios como “luminaria
que disipa la sombras”...
Hermosos
días aquéllos, aunque un tanto ajados por el paso de los años.
Seguro
que a ustedes les ha bendecido el éxito mucho más que a mí.
Lo digo porque supongo que también en nuestro caso
se aplican las leyes de la co-rrespondencia y de las proporciones, según las
cuales la vida rinde resultados conforme
al grado de inteligencia y preparación. Y como estas virtudes, orondas y
lucientes, descollaban o parecían descollar en sus personas muy por encima de
las mías, estoy seguro de que todos
ustedes han triunfado en la vida como lo merecen en la medida de la brillantez
de sus luces, que, cargadas siempre de un alto voltaje de portentosa sabiduría,
encandilan a las presentes y a las futuras generaciones.
En cuanto a mí, en cambio, aunque no se molesten en
preguntarlo, me complace decirles que no me enriquecí con el ejercicio de la profesión. Tal no fue
jamás mi motivo de vida. Por lo que he venido arrastrando los harapos de la
pobreza hasta este Tonel, donde habré de entregar mi espíritu a los dioses para
que hagan con él lo que les plazca. Pues tengo entendido que también ellos
saben utilizar el poder al extremo, es decir, “políticamente”, impulsados por
sus intereses, si es que creemos a
Trismegisto, con su principio de que “como es abajo es arriba”.
Y por cuanto también “como es arriba es abajo”,
estoy seguro de que la verdad y la justicia han descendido en rayos magníficos,
emitidos por Zeus, sobre sus enjundiosos cerebros y puro corazón. Rayos que han
hecho de ustedes guías de la humanidad para el bienestar de la sociedad. Todo lo cual explica por qué ustedes han
abierto las sendas del Derecho al aporte de valiosas ideas. A diferencia de
este pobre y modesto servidor, que no hace otra cosa sino garrapatear pendejadas, como era de esperarse...
Así, pues, aquí estoy, “manso y humilde de
corazón”, para desearles, desde el fondo de mi nada y ante la grandeza
de su todo, los parabienes que merecen los que han contribuido al avance
de la sociedad, con obras valiosas, escritas con jugos cerebrales de alto
tenor, con sentimientos del corazón más acendrado y con pluma de diestro
discurrir.
Mucha felicidad, viejos amigos de la Escuela de
Derecho.
Reciban saludos de quien tarda pero no olvida ni
los favores ni las ofensas.
Atentamente,
¿quién más sino su amigo Diógenes...?