miércoles, 22 de febrero de 2017

MEMORIAS DE DIÓGENES ¡HOLA, VIEJOS AMIGOS!







MEMORIAS DE DIÓGENES
¡HOLA, VIEJOS AMIGOS!


¡Hola, viejos y queridos amigos! de aquellos hermosos días de la Escuela de Derecho en la ilustre Universidad de Magnesia, bautizada por los sabios como “luminaria que disipa la sombras”...
Hermosos días aquéllos, aunque un tanto ajados por el paso de los años.
Seguro que a ustedes les ha bendecido el éxito mucho más que a mí.
Lo digo porque supongo que también en nuestro caso se aplican las leyes de la co-rrespondencia y de las proporciones, según las cuales la vida rinde resultados  conforme al grado de inteligencia y preparación. Y como estas virtudes, orondas y lucientes, descollaban o parecían descollar en sus personas muy por encima de las mías,  estoy seguro de que todos ustedes han triunfado en la vida como lo merecen en la medida de la brillantez de sus luces, que, cargadas siempre de un alto voltaje de portentosa sabiduría, encandilan a las presentes y a las futuras generaciones.
En cuanto a mí, en cambio, aunque no se molesten en preguntarlo, me complace decirles que no me enriquecí  con el ejercicio de la profesión. Tal no fue jamás mi motivo de vida. Por lo que he venido arrastrando los harapos de la pobreza hasta este Tonel, donde habré de entregar mi espíritu a los dioses para que hagan con él lo que les plazca. Pues tengo entendido que también ellos saben utilizar el poder al extremo, es decir, “políticamente”, impulsados por sus intereses, si es que  creemos a Trismegisto,  con su  principio de que “como es abajo es arriba”.
Y por cuanto también “como es arriba es abajo”, estoy seguro de que la verdad y la justicia han descendido en rayos magníficos, emitidos por Zeus, sobre sus enjundiosos cerebros y puro corazón. Rayos que han hecho de ustedes guías de la humanidad para el bienestar de la sociedad.  Todo lo cual explica por qué ustedes han abierto las sendas del Derecho al aporte de valiosas ideas. A diferencia de este pobre y modesto servidor, que no hace otra cosa sino garrapatear  pendejadas, como era de esperarse...
Así, pues, aquí estoy, “manso y humilde de corazón”, para desearles, desde el fondo de mi nada y ante la  grandeza  de su todo, los parabienes que merecen los que han contribuido al avance de la sociedad, con obras valiosas, escritas con jugos cerebrales de alto tenor, con sentimientos del corazón más acendrado y con pluma de diestro discurrir.
Mucha felicidad, viejos amigos de la Escuela de Derecho.
Reciban saludos de quien tarda pero no olvida ni los favores ni las ofensas.
Atentamente,
¿quién más sino su amigo Diógenes...?