EL ASCENDIENTE MORAL
Juan José Bocaranda E
La propia
autoridad moral constituye el único refugio seguro contra la maldad, el crimen,
la mentira, la violencia, las traiciones, la ingratitud y la decepción. Porque
absolutamente ninguno de los efectos de esta clase de hechos, ni la esencia de
sus causas, ni sus circunstancias, logran penetrar al santuario de nuestro ser
interior, donde radica nuestro verdadero valer.
Nuestro ser interior, nuestro espíritu, la esencia de
nuestro ser verdadero, irreductible, inviolable, no permite el acceso de
elementos extraños, debido a su altura y a su profundidad, que se combinan.
Frente a nuestra realidad interna, no valen ni influyen, ni derriban, ninguno
de esos elementos que, como la envidia, la maledicencia, el odio, el
desconocimiento y la ignorancia, pretenden
o pueden pretender imponerse sobre nosotros, pues su cualidad negativa
resultará vencida por la cualidad de nuestra fuerza espiritual y moral.
Todo depende, en última instancia, de la estimación que
tengamos respecto a nosotros mismos, a nuestro ser interior; no de la opinión
de los demás, que casi siempre nos engaña, a diferencia de nosotros, que no
podemos engañar a nuestra interioridad aunque pretendiéramos hacerlo.
Si hemos obrado con consciencia, con la seguridad
insobornable de la rectitud de nuestro ser y proceder, avanzamos por la senda
segura de la verdad, cuya luz nos respalda en toda circunstancia y frente a
todos...
Si nos asalta la decepción porque recibimos
menosprecio e ingratitud de personas a las que hemos servido
desinteresadamente; si padecemos el acoso de nuestros enemigos y éstos lucen
victoriosos, mientras nosotros yacemos en el barro y la miseria, si se
posesionan del poder personas indeseables que imponen los desmanes, la injusticia, la mentira y el delito, nada
debe lograr que nos sintamos derrotados. Antes por el contrario, nuestra fuerza
interior, la seguridad íntima de que poseemos la verdad, la certeza de que
hemos procedido conforme al deber ser, harán que nos sintamos erguidos y
vencedores.
Para finalizar con algo concreto, que sirva de resumen
a lo expuesto, recurrimos al siguiente ejemplo: un amigo nuestro,
contemporáneo, siendo ya abogado, adoptó a un niño al que otorgó igual trato
que a los hijos biológicos. Pagó sus estudios en este país y, después, en el
extranjero, donde obtuvo un postgrado en Derecho. Cuando se estableció aquí,
comenzó por demandar a mi amigo, a quien logró despojar de varios inmuebles,
sin ninguna consideración y olvidando de quién se trataba, de aquél que lo
había librado de la miseria mediante la adopción. Abogado contra abogado.
Triunfó el demandante, y mi amigo salió derrotado en aquella contienda injusta.
Sin embargo, a pesar de la frustración, mi amigo supo recurrir a su ser
interior, a la fuerza moral de su recto proceder. Y me dijo:
Él ganó el pleito, pero yo vencí. Porque él obtuvo
bienes materiales por las leyes de los hombres, pero jamás podrá negar que su
proceder fue injusto y que obré conforme a mi más pura consciencia para
adoptarlo y para ayudarlo. No habrá forma ni
medio alguno que puedan borrar la deuda moral que tiene frente a mí. En
el fondo, él es mi deudor y yo soy su acreedor, por siempre, en este Mundo y
para el otro. Ese es mi fundamento
moral, mi patrimonio moral, mi ascendiente moral, que es insobornable y nadie me
puede arrebatar...
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