lunes, 20 de julio de 2020

EL BANQUETE DE LOS SIETE SABIOS DE GRECIA. CUENTOS DE LA TROJA DOS. JUAN JOSÉ BOCARANDA E.




EL BANQUETE DE LOS SIETE SABIOS DE GRECIA

! Este pobre pueblo tragacalambres, que no tiene qué comer sino miseria, en vez de levantarse de la mesa satisfecho y contento, lo hace con mayores proporciones de arrechera, y no es para menos.

“... Ayer subía a la ciudad desde mi casa de Falero, y uno de mis conocidos, que me divisó desde atrás, me llamó de lejos y, bro­meando, dijo: “¡ Ooooopaaaa, tú, el de la melena, ¿no me esperas?” Yo me detuve y lo esperé: era Aristodemo.

-”Apolodoro -me dijo entonces-justamente hace un mo­mento pensaba en ti, porque deseo informarme de la reunión de Diógenes y los Siete Sabios, en su famoso banquete del Barrio “Los Mamónides”, con el que quisieron celebrar su ingreso en sociedad”.
Luego casi como si hablase sólo para sí mismo:
“Ya me lo imagino. Todo debió ser estricta etiqueta. Cada quien se recostaría, llegado el momento, en su confortable butaca. Desde un comienzo, los cubiertos de plata brillarían a la luz de largas velas de cera ática. La vajilla, sin duda de porcelana de Kios, así como los vasos, forma­rían un solo juego que, sin embargo, contrastaría con los platitos para el pan y la mantequilla. Esta última sería nada menos que de las vaqueras del Pireo. Los mesoneros se emularían en el servicio, con esmero en colocar los utensilios “de afuera hacia adentro”, según las más severas exigencias de Carreño. Los manteles serían de damasco y se adoptarían todas las previsiones para que sus bordes no tocasen el suelo. Las copas de rigor montarían guardia, por lo menos en número de tres, frente a cada comensal: una, para el agua cristalina y burbujeante del Guaire; las otras dos, para sendos nobles vinos que vendrían después, con mayor liberalidad y tamaño. A cada quien se le asignaría un salero y un pimentero, con su nombre inscrito en fina letra griega, trazada con el pincel de Apeles. El menú vendría manuscrito sobre elaboradas hojas de piel de coco, en conjunto de arte que sería tildado de “formato-poemario”, digno de aquel ágape sa­piencial. Todo sería profundo cavilar filosófico sobre los “éidoslos” platónicos, mientras los laúdes de Lesbos, los saxofones de Lokrida y los chimbángueles de Betijoque ondearían sus arpegios cual tenue cortinaje de Pylos... ¡Dime, dime, Apolodoro, que es cierto; que todo fue así...!

-”Pues pelas y requetepelas, Aristodemo. La cosa no fue así sino asá, y todo a precios adecuados a la voracidad de los abusadores:  algunas yucas sancochadas, fruncidas como chancletas viejas, un poco de ají rancio y un aguacate medio podrido, acompañado todo ello con algunas libaciones de agua contaminada, fueron los manjares de los Siete Sabios y Diógenes aquella “Noche Triste” y en aquel tugurio donde tenían que tomar prestada la puerta del rancho para que sirviera de mesa.
Pítakos dijo al final, mientras regresa­ban la puerta del rancho a su lugar natural:
-¡Por Zeus! Este pobre pueblo tragacalambres, que no tiene qué comer sino miseria, en vez de levantarse de la mesa satisfecho y contento, lo hace con mayores proporciones de arrechera, y no es para menos.



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