jueves, 28 de junio de 2018

RECUERDOS ACERCA DE “LA MAZORCA DE LUZ”, CUADERNO DE DERECHO PARA LOS INDÍGENAS DE VENEZUELA Juan José Bocaranda E


RECUERDOS ACERCA DE “LA MAZORCA DE LUZ”, CUADERNO DE DERECHO PARA LOS INDÍGENAS DE VENEZUELA

Juan José Bocaranda E


“UNA GUÍA PARA DECIR A LOS CRIOLLOS, SIN MIEDO...”
Trabajaba en la Fundación La Salle cuando me aboqué a elaborar un Cuaderno destinado a despertar en los indígenas de las diferentes etnias de Venezuela, el conocimiento del Derecho y de las leyes fundamentales: "La Mazorca de Luz". Enfoqué como punto de partida didáctico elementos culturales indígenas. Cuentos, leyendas, mitos, poemas. Salió a la luz en 1985, con motivo de la realización del Primer Congreso Piaroa, que concentró a numerosas comunidades de esta etnia.
El Cuaderno -al que siguieron otros, con la misma finalidad, aunque no fueron publicados-, fue editado por la Fundación La Salle de Ciencias Naturales y el Vicariato Apostólico de Puerto Ayacucho.
Los prologuistas (Hermano Ginés y Monseñor Enzo Cecarelli), destacaron: "Cuadernos como éste tienen como fin subsanar la injusticia representada por la desinformación legal de los aborígenes venezolanos y su consecuente pasividad frente a los atropellos a los que se ven sometidos...".
El trabajo se desarrolla en un lenguaje sencillo y, conforme a mi intuición, lo más cercano posible a la idiosincrasia indígena. Y lo logré si nos atenemos a los comentarios de los propios indígenas cuando decían "Bocaranda sí nos entiende". Los capítulos se intitulan así: Desde los pequeños caños; La reina de las abejas, La mazorca de luz y La maldición de Káputa. Con subtítulos como: La flecha que punza el aire; El origen del trueno, de la yuca y de los ríos; El mundo amargo; La falca inmóvil; El cuento de Cononatu; La inmensa alegría del corazón que corre; Tarén contra muchos males, etc.
El maestro indígena warao Librado Moraleda (q.e.p.d.) me escribió una carta donde decía: "el Manual me ha servido muchísimo para conocer nuestros derechos como ciudadanos venezolanos. Me ha servido de guía para decir a los criollos, sin miedo: ustedes están pisoteando nuestros derechos... La forma de escribir este Manual está bien, está claro y sencillo y fácil de entenderlo".
La elaboración del Cuaderno me ocasionó una reprimenda. Un eminente antropólogo ya fallecido, profesor universitario, de orientación marxista, fue el autor de la regañina porque, según él, estaba "contribuyendo a incrementar la farsa de las creencias religiosas en los indígenas, citando, además, el nombre de sus dioses". Es algo gracioso porque el nombre de la quinta de este señor, ubicada en Caracas, donde estuve en una ocasión, es Quetzalcoatl, uno de los dioses de la cultura mesoamericana.
Un año después de la publicación del Cuaderno, me visitó el Padre Antonio Peña, salesiano, abogado, quien me informó que el Cuaderno había sido traducido a varias lenguas indígenas, entre ellas el sinuaki, de los Guahibo. Me entregó un ejemplar de esta traducción, y agregó que los indígenas defendían sus derechos ante las tropelías de las autoridades, enfatizando "Así dice Bocaranda". Y con satisfacción lo dije. Porque se trata de los auténticos dueños del territorio venezolano, que les fue arrebatado con engaños, violencia y sangre.

 “AYÁAA CAÑOGRUYA”
Estuve en  Caño Grulla en 1985,  para entregar a los hermanos Piaroa el Cuaderno de Derecho “La Mazorca de Luz”. En Puerto Ayacucho me alojé en la casa de los padres salesianos, con quienes me había relacionado a raíz de la introducción de un Recurso de Amparo a favor de los indígenas (1983).
Llegué a Puerto Samariapo. Todo desierto. Después de largas horas, cerca de las tres de la tarde por fin apareció una pequeña canoa, en la que terminé viajando y de la que era dueño un señor colombiano, Tomás Gudiño. Él la tenía por vivienda, junto con su mujer piaroa y el niño de ambos, de dos meses de edad.
Nos cayó la noche. Pernoctamos en la casa de Pablo Rivera, también colombiano, ubicada a orillas del Orinoco.
En la oscuridad, solo puedo conocer la voz de Pablo hasta que al día siguiente el sol me lo alumbre humilde, franco y amable.
El tiempo estuvo amenazando toda la noche, con enormes fogonazos que nos tasajearon el sueño en aquel tablado, tendido sobre trocos enormes.
Pablo Rivera extiende frente al caney el cuero de una tragavenados que un vecino mató hace varias noches, cuando trató de sorprenderlo mientras buscaba agua a la orilla del río. Me lo ofrece en venta. Rechazo amablemente la oferta.
Pablo es muy, pero muy pobre. Solo le acompañan una mujer piaroa, una sartén, una olla, dos platos, dos vasos de aluminio, todos abollados, algunos cubiertos, y una mesa ennegrecida por el moho. Sobre las tablas carcomidas rebotan las goteras de la mañana lluviosa, mientras desayunamos con pescado que ha llevado Tomás.
Nos despedimos con sensible tristeza. Ya en la canoa, la mujer de Tomás señala con el dedo el horizonte detrás de ella y me dice en castellano casi ininteligible, "ayáaa, Cañogruya", mientras sostiene sobre las piernas al niño recién nacido, silencioso como la brisa del río, y cuyo llanto no llegué a conocer.
A tantos años de distancia, vuelvo la mirada hacia atrás y veo con sentimiento, dos parejas humildes, un niño criado a la intemperie, en una desvencijada canoa, la mansa resignación de Pablo Rivera y de su callada mujer y el alma generosa de Tomás Gudiño, a quienes hubiese querido servir como un hermano. Sentí la urgencia interior de ayudarlos económicamente, pero no me alcanzaba. Lamentablemente, la sola fraternidad y la sola buena voluntad no rinden.


EN LA CHURUATA DE LA COMUNIDAD PIAROA
Tratamos de llegar al pequeño desembarcadero de Caño Grulla. Pero lo había destruido  una inundación.

Nos movemos en la canoa entre grandes árboles hundidos en profundas aguas negras donde la pértiga no alcanza.

Cuando finalmente hallamos dónde desembarcar pregunto  por Mario, joven dirigente indígena, a quien ya conocía desde Caracas. Habla el castellano fluidamente, además de su lengua nativa. Me presenta al jefe de la comunidad. Dicen que la mitad de la población es católica; la otra mitad protestante. Las religiones, en vez de unir, dividen...

Me conducen a la gran churuata. Las deliberaciones han comenzado. Pasado mañana, viernes, entregaré ”La Mazorca de Luz” a todos los asistentes. Por lo pronto, se trata de almorzar. Me sirven arroz y carne de perezoso.

Averigüé dónde estaban ubicados los retretes. Pero era imposible acceder a ellos, porque cinco mujeres procedentes de Caracas por pura novelería, obstaculizaban la entrada. Habían colgado frente a la puerta los chinchorros y cocinaban acostadas, la fogata en medio. Estaban, pues, a  boca de jarro. Todo a la mano  como para empanzarse y desembarazarse sin  ir muy lejos.

Yo, en cambio, tuve que  buscar el monte. Pregunté a Mario dónde “hacerlo”, y me respondió métase por algún caminito hacia el río, pero cuidado con los caimanes. Tremendo dilema...No quería  quedar por lo menos  sin trasero en las fauces de un vulgar aligatórido...

Llega el viernes y me acerco a la gran churuata con los Cuadernos.   Un indígena copeyano toma la palabra y dice algo en piaroa. Le pregunto a Mario. El dirigente les está diciendo que el Partido Copey les elaboró el Cuaderno y que en agradecimiento deben votar por el candidato verde. Me pongo de pie, pido a Mario que les vaya traduciendo, y les digo con voz de trueno: eso es completamente falso. El Cuaderno lo escribí yo, porque me dio la gana. No pertenezco a ningún partido.
El público abuchea al farsante y lo expulsa de  la churuata.

Misión cumplida. Pero al parecer sólo podré regresar el lunes. Muchísimo tiempo. Más largo que mi corta paciencia. Pero, de pronto llega el Gobernador Alberto Müller Rojas.  Aprovecho el regreso de un comandante del Ejército a Puerto Ayacucho. Viajamos en una de las “rápidas”, y varias horas más tarde estoy en Puerto Ayacucho.

De cuando en cuando me dice mi esposa: dos viajes totalmente inútiles  cuando trabajabas en la Fundación: para Caño Grulla y para El Tisure, adonde Juan Félix Sánchez. A perder el  tiempo...
¿Lo perdí? Creo que no. ¿O sí?

viernes, 1 de junio de 2018

TUS CALLOS ME DUELEN Juan José Bocaranda E



TUS CALLOS ME DUELEN
Juan José Bocaranda E

¿Puedo sentir el dolor de tus callos, si tus callos son tus callos y míos los míos?  Los humanos hemos estado tan sumergidos en nuestros propios asuntos, que tenemos la impresión de que en el mundo sólo existimos nosotros  y nuestra propia circunstancia. Se trata de una grave falta de consciencia, tanto peor cuanto nos resulta imposible ignorar que también a las demás personas ocupan sus propios asuntos en circunstancias también propias.
Si tener problemas y circunstancias es algo común a todos los seres humanos, se trata de un hecho universal. Y si esto es así, necesariamente estamos unidos, aunque no tengamos consciencia de ello o ni siquiera lo admitamos. Nos vincula  una condición, una propiedad especial: el ser humanos.
Por esto, cuando vivimos en Caracas y nos enteramos de que en San Cristóbal o en Bolívar ha muerto un niño consumido por la mengua como un tallo calcinado por el sol; o un anciano fallece hundiéndose en el remedo del estómago las uñas de la desesperación debido al hambre o a falta  médica; o un joven se extingue en un charco de sangre en un callejón cualquiera de Maracay o Cumaná, sentimos el dolor ajeno como si fuese nuestro.  Y lo sentimos por los niños que huyen de Siria y mueren en el mar. Y por quienes perecen en una inundación o en una avalancha de los Andes. Y cuando tú padeces del dolor de los callos, asumo el dolor de tus callos y también a mí me duelen. ¿Por qué? Porque somos humanos.
Ese lazo, esa red infinita e invisible, espiritual, nos conjuga y nos hace uno. En medio de todo esto resulta contradictorio  que nos separe la Religión, palabra que etimológicamente significa “estar religado a Dios”. Y si una persona se siente religada a Dios, ¿por qué se “desliga” de las demás  personas, cuando en el fondo se trata del mismo Dios? El Dios de todas las Religiones, si buscan el bien y rechazan el mal, es el mismo, aunque se le dé diferentes denominaciones según la religión, la región o la cultura.
Así, pues, nos signa y determina el acento de un denominador común, que es la dignidad humana, causa y razón de ser de la solidaridad.
En adelante, cuando vayas a calzarte para ir a la calle, acuérdate de  sentir a través de tus callos los callos de los demás. Pero, comienza por sentir el dolor de los callos de tu mujer. Porque ella, por el solo hecho de serlo, merece tu amor y comprensión.  Más aun porque la mujer es la flor más hermosa de todo lo creado, por lo que hasta por sus callos le debes consideración y sentimiento, pues se los ha formado sirviéndote a  ti y a los hijos. Mírale las manos:  son tus callos...