RECUERDOS
ACERCA DE “LA MAZORCA DE LUZ”, CUADERNO DE DERECHO PARA LOS INDÍGENAS DE
VENEZUELA
Juan José Bocaranda E
“UNA
GUÍA PARA DECIR A LOS CRIOLLOS, SIN MIEDO...”
Trabajaba en la Fundación La Salle cuando me aboqué
a elaborar un Cuaderno destinado a despertar en los indígenas de las diferentes
etnias de Venezuela, el conocimiento del Derecho y de las leyes fundamentales:
"La Mazorca de Luz". Enfoqué como punto de partida didáctico
elementos culturales indígenas. Cuentos, leyendas, mitos, poemas. Salió a la
luz en 1985, con motivo de la realización del Primer Congreso Piaroa, que
concentró a numerosas comunidades de esta etnia.
El Cuaderno -al que siguieron otros, con la misma
finalidad, aunque no fueron publicados-, fue editado por la Fundación La Salle
de Ciencias Naturales y el Vicariato Apostólico de Puerto Ayacucho.
Los prologuistas (Hermano Ginés y Monseñor Enzo
Cecarelli), destacaron: "Cuadernos como éste tienen como fin subsanar la
injusticia representada por la desinformación legal de los aborígenes
venezolanos y su consecuente pasividad frente a los atropellos a los que se ven
sometidos...".
El trabajo se desarrolla en un lenguaje sencillo y,
conforme a mi intuición, lo más cercano posible a la idiosincrasia indígena. Y
lo logré si nos atenemos a los comentarios de los propios indígenas cuando
decían "Bocaranda sí nos entiende". Los capítulos se intitulan así:
Desde los pequeños caños; La reina de las abejas, La mazorca de luz y La
maldición de Káputa. Con subtítulos como: La flecha que punza el aire; El
origen del trueno, de la yuca y de los ríos; El mundo amargo; La falca inmóvil;
El cuento de Cononatu; La inmensa alegría del corazón que corre; Tarén contra
muchos males, etc.
El maestro indígena warao Librado Moraleda
(q.e.p.d.) me escribió una carta donde decía: "el Manual me ha servido
muchísimo para conocer nuestros derechos como ciudadanos venezolanos. Me ha
servido de guía para decir a los criollos, sin miedo: ustedes están pisoteando
nuestros derechos... La forma de escribir este Manual está bien, está claro y
sencillo y fácil de entenderlo".
La elaboración del Cuaderno me ocasionó una
reprimenda. Un eminente antropólogo ya fallecido, profesor universitario, de
orientación marxista, fue el autor de la regañina porque, según él, estaba
"contribuyendo a incrementar la farsa de las creencias religiosas en los
indígenas, citando, además, el nombre de sus dioses". Es algo gracioso
porque el nombre de la quinta de este señor, ubicada en Caracas, donde estuve
en una ocasión, es Quetzalcoatl, uno de los dioses de la cultura mesoamericana.
Un año después de la publicación del Cuaderno, me
visitó el Padre Antonio Peña, salesiano, abogado, quien me informó que el
Cuaderno había sido traducido a varias lenguas indígenas, entre ellas el
sinuaki, de los Guahibo. Me entregó un ejemplar de esta traducción, y agregó
que los indígenas defendían sus derechos ante las tropelías de las autoridades,
enfatizando "Así dice Bocaranda". Y con satisfacción lo dije. Porque se
trata de los auténticos dueños del territorio venezolano, que les fue
arrebatado con engaños, violencia y sangre.
“AYÁAA CAÑOGRUYA”
Estuve en Caño Grulla en 1985, para entregar a los hermanos Piaroa el
Cuaderno de Derecho “La Mazorca de Luz”. En Puerto Ayacucho me alojé en la casa
de los padres salesianos, con quienes me había relacionado a raíz de la
introducción de un Recurso de Amparo a favor de los indígenas (1983).
Llegué a Puerto Samariapo. Todo desierto. Después
de largas horas, cerca de las tres de la tarde por fin apareció una pequeña
canoa, en la que terminé viajando y de la que era dueño un señor colombiano,
Tomás Gudiño. Él la tenía por vivienda, junto con su mujer piaroa y el niño de
ambos, de dos meses de edad.
Nos cayó la noche. Pernoctamos en la casa de Pablo
Rivera, también colombiano, ubicada a orillas del Orinoco.
En la oscuridad, solo puedo conocer la voz de Pablo
hasta que al día siguiente el sol me lo alumbre humilde, franco y amable.
El tiempo estuvo amenazando toda la noche, con
enormes fogonazos que nos tasajearon el sueño en aquel tablado, tendido sobre
trocos enormes.
Pablo Rivera extiende frente al caney el cuero de
una tragavenados que un vecino mató hace varias noches, cuando trató de
sorprenderlo mientras buscaba agua a la orilla del río. Me lo ofrece en venta.
Rechazo amablemente la oferta.
Pablo es muy, pero muy pobre. Solo le acompañan una
mujer piaroa, una sartén, una olla, dos platos, dos vasos de aluminio, todos
abollados, algunos cubiertos, y una mesa ennegrecida por el moho. Sobre las
tablas carcomidas rebotan las goteras de la mañana lluviosa, mientras
desayunamos con pescado que ha llevado Tomás.
Nos despedimos con sensible tristeza. Ya en la
canoa, la mujer de Tomás señala con el dedo el horizonte detrás de ella y me
dice en castellano casi ininteligible, "ayáaa, Cañogruya", mientras
sostiene sobre las piernas al niño recién nacido, silencioso como la brisa del
río, y cuyo llanto no llegué a conocer.
A tantos años de distancia, vuelvo la mirada hacia
atrás y veo con sentimiento, dos parejas humildes, un niño criado a la
intemperie, en una desvencijada canoa, la mansa resignación de Pablo Rivera y
de su callada mujer y el alma generosa de Tomás Gudiño, a quienes hubiese
querido servir como un hermano. Sentí la urgencia interior de ayudarlos
económicamente, pero no me alcanzaba. Lamentablemente, la sola fraternidad y la
sola buena voluntad no rinden.
EN LA CHURUATA DE LA COMUNIDAD PIAROA
Tratamos de llegar al pequeño desembarcadero de Caño Grulla. Pero lo había
destruido una inundación.
Nos movemos en la canoa entre grandes árboles hundidos en profundas
aguas negras donde la pértiga no alcanza.
Cuando finalmente hallamos dónde desembarcar pregunto por Mario, joven dirigente indígena, a quien
ya conocía desde Caracas. Habla el castellano fluidamente, además de su lengua
nativa. Me presenta al jefe de la comunidad. Dicen que la mitad de la población
es católica; la otra mitad protestante. Las religiones, en vez de unir,
dividen...
Me conducen a la gran churuata. Las deliberaciones han comenzado. Pasado
mañana, viernes, entregaré ”La Mazorca de Luz” a todos los asistentes. Por lo
pronto, se trata de almorzar. Me sirven arroz y carne de perezoso.
Averigüé dónde estaban ubicados los retretes. Pero era imposible acceder
a ellos, porque cinco mujeres procedentes de Caracas por pura novelería,
obstaculizaban la entrada. Habían colgado frente a la puerta los chinchorros y
cocinaban acostadas, la fogata en medio. Estaban, pues, a boca de jarro. Todo a la mano como para empanzarse y desembarazarse
sin ir muy lejos.
Yo, en cambio, tuve que buscar el
monte. Pregunté a Mario dónde “hacerlo”, y me respondió métase por algún
caminito hacia el río, pero cuidado con los caimanes. Tremendo dilema...No
quería quedar por lo menos sin trasero en las fauces de un vulgar
aligatórido...
Llega el viernes y me acerco a la gran churuata con los Cuadernos. Un indígena copeyano toma la palabra y dice
algo en piaroa. Le pregunto a Mario. El dirigente les está diciendo que el
Partido Copey les elaboró el Cuaderno y que en agradecimiento deben votar por
el candidato verde. Me pongo de pie, pido a Mario que les vaya traduciendo, y
les digo con voz de trueno: eso es completamente falso. El Cuaderno lo escribí
yo, porque me dio la gana. No pertenezco a ningún partido.
El público abuchea al farsante y lo expulsa de la churuata.
Misión cumplida. Pero al parecer sólo podré regresar el lunes. Muchísimo
tiempo. Más largo que mi corta paciencia. Pero, de pronto llega el Gobernador
Alberto Müller Rojas. Aprovecho el
regreso de un comandante del Ejército a Puerto Ayacucho. Viajamos en una de las
“rápidas”, y varias horas más tarde estoy en Puerto Ayacucho.
De cuando en cuando me dice mi esposa: dos viajes totalmente
inútiles cuando trabajabas en la
Fundación: para Caño Grulla y para El Tisure, adonde Juan Félix Sánchez. A
perder el tiempo...
¿Lo perdí? Creo que no. ¿O sí?
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