LA GRAN CHARLATANA
Juan José Bocaranda E.
La gran charlatana que inunda la Tierra brillando por
su oscuridad es la televisión. Pero cuando alguien se atreve a formularle
observaciones críticas respecto a la calidad de los programas saltan aquéllos
para quienes aún lo peor tiene validez que la justifique. Defensores a ultranza
que preguntan “a cuenta de qué” algunos ciudadanos se erigen en críticos de la
televisión; quién los designó para cubrir esas funciones incómodas o
inconvenientes; quién define el concepto de televisión de calidad; y por
qué pretenden frenar el progreso con criterios de moralidad caduca.
Es necesario apoyar el cuestionamiento contra la
televisión, no en términos de inmoralidad sino de irracionalidad: no plantear
si tal o cual programa relaja, destruye o desmorona la moralidad de los
individuos, del hogar, de la nación y de la humanidad, sino hasta qué punto
degrada el sentido de la razón.
Entre los críticos están los padres de familia,
obligados a velar porque sus hijos no sean perjudicados por el bombardeo
incontrolado de mensajes negativos. También todo ciudadano, porque tiene
derecho a velar por los intereses de la sociedad.
Cabría preguntar, a la inversa, “a cuenta de qué”
tendríamos que admitir la defensa absurda de los programas de televisión y la
justificación de su naturaleza y de sus efectos perjudiciales.
¿Qué cuál es el fundamento para evaluar la calidad de
la televisión? Sencillamente una buena dosis de racionalidad, ponderando
en qué medida éste o aquel programa contribuye al ascenso del hombre en la
escala de los valores; ponderando en qué medida se debe admitir que la
insinuación o la prédica de la mediocridad en el comportamiento, de la
superficialidad en los juicios, de la irresponsabilidad en los procedimientos,
de la ligereza en las concepciones, del irrespeto en las relaciones, del uso de
la violencia, de la distorsión de los conceptos y de la jactancia en el mal y
en la crueldad, pueden ser admitidos por la razón.
Choca con la razón que quienes dicen luchar contra el
consumo de drogas, caigan en la contradicción de que ellos también sean
drogadictos, pues se apegan en tal grado a la televisión que terminan
atontados, haciendo de su subconsciente todo un depósito de criterios de
estupidez que, sin darse cuenta, aplican en sus relaciones familiares,
laborales y ordinarias. Relaciones éstas donde suelen formularse planteamientos
absurdos y donde se proponen soluciones más absurdas aún.
Si de alguna manera debieran sintetizarse los efectos racionalmente negativos de la televisión, cabría usar el término estupidez: la televisión nacional e internacional, es un factor estupidizante; embota la capacidad de razonamiento y distrae en lo substancial.
Si de alguna manera debieran sintetizarse los efectos racionalmente negativos de la televisión, cabría usar el término estupidez: la televisión nacional e internacional, es un factor estupidizante; embota la capacidad de razonamiento y distrae en lo substancial.
La estupidez se proyecta hacia los televidentes
acríticos, como mediocridad en el enfoque de la vida, en la concepción de los
valores, en la forma de resolver los problemas y como superficialidad en los juicios y en la
búsqueda de la verdad, si es que la verdad les interesa.…
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