La apoteosis o glorificación del Derecho
El PATERNOSTER JURÍDICO, DE SOLÓN EL ATENIENSE. CUENTOS DE LA TROJA DOS.
Los dogmáticos deben rezar el Paternoster de la Eterna Inmutabilidad del
Derecho, todos los días, para que se apelmace cada vez más.
Cuando los Sabios regresaron de Ucevépolis, una vez disfrutada la pitanza, dijo Solón:
-No podrán derrotarnos. Resultamos moralmente victoriosos. Los
derrotados son los dogmáticos, los que tienen horror a las cosas nuevas.
-Si por ellos fuera, se mantendría vigente el Derecho Paleolítico-
agregó Quilón.
Comentó Periandro:
- Todo el que se opone al avance de la verdad, está moralmente derrotado,
de raíz y de antemano, aunque las apariencias digan lo contrario.
-Esta misma noche compondré algo que responda a la actitud de piedra de
los dogmáticos. Aunque mañana me esté cayendo de sueño- observó Solón…
Al día siguiente, los Sabios escucharon de boca de Solón el PATERNOSTER JURÍDICO,
“un acto de fe, de adoración, una oración para que los esclavos de un Derecho
apelmazado, petrificado en el tiempo, impenetrable a las críticas, alérgico a
la verdad, la recen de hinojos. Loor y gloria al Dios del Derecho”.
Lo leyó con la voz engolada de los buenos legisladores:
“Padre nuestro, Señor Derecho, substante, autosuficiente, pleno, absoluto, omnisciente, omnipotente, infinitamente sabio,
justo y veraz, que habitas en el
pináculo del Olimpo. Glorificado sea tu nombre. Que tu reino permanezca con la
eternidad. Hágase tu divina voluntad en todo momento y circunstancia, tanto
arriba como abajo, tanto abajo como arriba, tanto aquí como allá, tanto allá
como acá. Que todos los pueblos de la Tierra se sacien con abundante alimento
cotidiano. Haz que nuestros semejantes
perdonen nuestras faltas y que los jueces olviden nuestros delitos. Líbranos
del mal, para que reinen la verdad, la justicia y la paz. Amén”.
Una columna de fuego divino, que alumbraba mas no quemaba, que sacudía
mas no causaba destrucción ni ruina, que sobrecogía mas no aplastaba, giró
sobre las techumbres de los ranchos, haciendo que vibraran las latas y se
sacudieran lonas y cartones. Los perros se dieron a cacarear como gallinas, y
hasta se escuchó el chillido de su sarna, que pareció esparcirse por Los
Mamónides con amenazas de pandemia.
Los vecinos salieron consternados y, como aplanados por una fuerza
extraña y superior, automáticamente cayeron de rodillas. De pronto se apartaron
las nubes y quedó desvelado el más hermoso, colorido y brillante cuadro de la
APOTEOSIS DEL DERECHO. Y se dejó escuchar una voz intensa, profunda, como de
viento huracanado, como emanado de profundidades insondables, como los eructos
de la Tierra embravecida:
“Yo soy el Derecho. Existo desde que
el Universo dio sus primeros vagidos. Que nadie ose cambiarme ni un ápice, ni una tilde, ni una coma. Quien lo
intente perecerá como Sodoma y no quedará de él piedra sobre piedra”.
Los moradores del barrio vieron o creyeron ver a Themis, la diosa de la
justicia y a numerosos devas que, en medio de ondas musicales de un aura
divino, entonaron el Himno al Derecho Ufano, quien se sintió más imperativo que
nunca como en una especie de renacer de su eterno poder sobre la naturaleza y
sobre los hombres.
La visión no duró tanto. Pero su imagen se proyectó al mundo porque por
el Barrio Los Mamónides andaba husmeando por casualidad un periodista noruego
que portaba grabador y cámara.
Solón se limitó a comentar:
-Ahora nuestra lucha por un cambio significativo en el Derecho se
retrasará aun más gracias a esa portentosa y falsa visión. Porque la gente se
deja impresionar permitiendo que la razón se rinda ante la falsedad y la
mentira. Si yo hubiese sabido del poder del Pater noster, jamás se me hubiese
ocurrido su creación. Preparémonos, que la pelea será dura y duradera.
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