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y adelante
HUMANIDAD ELEVADA. EL REINADO DE LA PAZ.
DERECHOS HUMANOS EN ACCIÓN.
Juan
José Bocaranda E
Sólo los ciegos, los ignorantes, las
personas de mala voluntad, pueden afirmar que la realización de los derechos
humanos no es plena en todos los rincones del Globo y en un mundo de armonía,
paz y bienestar. Jamás la Humanidad había vivido la felicidad como en este
nuevo milenio, de donde han sido desterradas
la injusticia, las guerras, el
hambre y la pobreza.
¿Quién osa afirmar que la Humanidad está bajando de nivel,
día tras día y en forma evidente? La prueba de que quienes afirman tales
mentiras son impulsados por la ignorancia o por la mala fe, radica en la
cuestión de los derechos humanos. ¿Acaso esos críticones no se dan cuenta de
que jamás, pero jamás, se había escrito con tanta abundancia de la existencia
de esos derechos? ¿Cuándo se había visto tanto sabiondo junto, dedicados a
reflexionar sobre esa materia? ¿Cuándo se había manifestado tan grande y
extensa preocupación por tales derechos? ¿No reconocemos los esfuerzos de los
“hermanos” funcionarios en esa labor? ¿Nuestra miseria moral es tan voluminosa,
que nos resistimos a reconocer el ascenso de conciencia que, para bien de
todos, han emprendido los funcionarios en el Mundo? Porque ha de saberse y
debemos reconocer que los “hermanos
funcionarios” ya no viven aquellos tiempos nefastos de egoísmo, de prepotencia,
de rapiña, de inconsciencia, de fatuidad,
de engreimiento, de abuso, que les agobiaban el alma. Ahora reciben y tratan a
los administrados con amor de hermanos y con una magnanimidad de tan alto
tenor, que dan ganas de llorar. Y es porque han transmutado el espíritu en
forma por demás portentosa, al punto de que quien, entre ellos, se analice con
sinceridad y considere de sí mismo que
no ha madurado lo suficiente en el plano espiritual para obrar como auténtico
servidor público, prefiere renunciar al cargo y someterse, en el retiro, a una
disciplina adecuada de superación interior.
¿Y la normativa sobre los derechos humanos dónde queda? Ahí
está, a nivel mundial y en todos y cada uno de los países que conforman el concierto armonioso
de una Humanidad unida en el amor y por la fraternidad universal. Ahí tenemos ese cúmulo de normas, al alcance de la mano y con funcionarios
dignos y conscientes, dispuestos a su realización. ¿Acaso ello no es
suficiente, si se tiene en cuenta que el Derecho es una garantía? Porque el
Derecho todo lo resuelve por sí solo, sin necesidad de
mayores esfuerzos. Es una vara mágica, hasta milagrosa, que opera en sí, de sí
y por sí. Con la misma naturalidad con la que se mueven los astros en el éter
infinito de la gloria, gira el globo del Derecho en el universo de las
realizaciones. Ello se debe a su carácter sagrado, conforme al esmero y cuidado
de los dioses, con Portia, diosa de la Justicia, a la cabeza. ¿Acaso no se ven
los resultados? Podemos afirmar tajantemente –y así acaba de enfatizarlo el
nuevo secretario general de la ONU- que no existe lugar en este planeta feliz
donde no se cumplan los derechos humanos y se respete la dignidad humana de los
individuos y de los pueblos, a cabalidad. Absolutamente todos, todos, todos los
gobiernos del mundo andan en ese santo afán de velar porque funcionen los
derechos, sobre la base de una justicia plena, real, sin condiciones.
A ese ambiente de realización se debe, como plausible
complemento, que la corrupción política haya cesado definitivamente. De ahí que
la ONU haya decidido retirar del mercado todas las normas que combaten la
corrupción en todas sus formas, por considerarlas innecesarias. Y es que
reconoce que tanto los políticos aspirantes a la silla presencial como los
políticos “realizados” (es decir, los que por fin, después de nobles esfuerzos
y en limpias contiendas, conquistan el poder), todos ellos han coronado el
pináculo de la perfección humana, moral y espiritual indispensable para que
el Mundo progrese y la Humanidad
ascienda a un ambiente casi celestial.
A la par han llegado a su fin las apetencias y la
voracidad de los políticos, que ahora no se buscan a sí mismos, sino que con
manifiesta abnegación se consagran al servicio de los pueblos, hasta el
sacrificio, hasta la consumición, como los
apóstoles que sin duda quieren ser.
Las cárceles han sido clausuradas en lo que se refiere a
los funcionarios. Todavía queda por allí uno que otro delincuente, es cierto.
Pero se trata de los delincuentes del perraje, de los comunes y corrientes, de baja
monta, poco pelo y cuello sucio. Todavía se mantienen las cárceles para ellos,
aunque en un ambiente pulcra y minuciosamente
humanizado, sin pranes y sin prones.
Sí. Ya no se necesitan cárceles para los funcionarios,
entre los cuales hay muchos que merecen la canonización in vitro, desde ya mismo,
como lo está considerando seriamente el Vaticano.
El número de jueces penales se ha reducido, pues las
estadísticas, a nivel mundial, nos hablan de “cero delito en cuanto atañe a los
funcionarios”.
En ese ambiente de plena realización de los derechos en
todos los rincones del planeta, ¿es de extrañarnos tanta paz en el mundo? La
Humanidad debe cantar un canto a la alegría, bajo la batuta del gran Beethoven,
para celebrar la PAZ MUNDIAL. Gracias a Dios. ¿No es algo maravilloso? Ya no
más armas. No más dictaduras. No más persecuciones. No más torturas. No más
ensañamiento. No más amenazas. No más abusos. No más hambres. No más refugiados.
No más gobernantes podridos. Por la guerra doblan las campanas, pues las
guerras han sido sepultadas para siempre. Ahora reinan la paz, la concordia, el
entendimiento, la buena fe en las relaciones internacionales, la justa
justicia, la generosidad, la solidaridad humana y social.
¡Ah! ¡Qué gozo tan indescriptible! Todos unidos. Como un
solo ser humano. Dan ganas de llorar. Tanta es la alegría. Una verdadera
Navidad Universal. Se escuchan las campanas de la gloria en todo el orbe y las
columnas del firmamento tiemblan de emoción angelical. Gracias a Dios. Por eso,
el canto...
GOZO DE LA FELICIDAD
UNIVERSAL
En sesión solemne, con
toda pompa,
a todo trapo,
con el ritual diplomático
tiesamente establecido,
ornado de esponjamientos
debidamente
circunspectos,
con el espetamiento protocolar
y ridículo de rigor,
con el realce mediático
que se debe esperar,
con músicas y retretas,
saraos y cuchufletas,
paradas militares
y otras maromas más,
con la asistencia puntual
de todas las eminencias,
y sin que puedan faltar
los honorables pingüinos
con sus paltós-levita,
con sus picos alzados,
con sus solemnes pasos
de extensión protocolar,
la asamblea general
debe reunirse ya
con la urgencia del caso,
para acometer un acto
de inmensa trascendencia:
desproclamar los derechos
humanos,
porque no es conveniente
que la humanidad siga en
el goce
de tanta felicidad
porque pueden acabar con
ella
la dicha, el placer y el bienestar.
Los pueblos del tercer
mundo
y tal vez los del segundo,
también los del primero,
ya no caben de gozo,
ya se olvidan del cielo:
danzan día y noche,
celebrando y ponderando
haber llegado a un
paraíso
que no habían soñado
jamás.
Por ejemplo, los pueblos
de Angola y de Etiopía
están tan hartos y
ahítos,
que han decidido no comer
ni siquiera huevos
fritos.
Es necesario, pues,
clavar punto
final a tanta felicidad.
Hay la probabilidad
–dicen los estadísticos
y lo ratifican los científicos-
de que un día de estos
reviente de gozo y dicha
el corazón
de toda la humanidad,
y de que la sangre desborde
a borbotones
inundando la Tierra,
catástrofe apocalíptica
que es necesario
evitar
como lo hará sin duda
la asamblea general.
Sí. Sólo los perversos, de mala voluntad, los insatisfechos
a ultranza, los renegados, los réprobos,
los maldicientes, rechazan estas realizaciones. Pero la Historia les
pasará factura por el rechazo a la verdad. Claro que sí.
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