IMAGINACIÓN.
CUENTOS DE LA TROJA DOS.
Imagino que soy un Maestro cuya fama se ha extendido por toda
la región. Sano, predico, enseño y doy buenos consejos llevando hacia Dios.
También hago milagros, de los que se han beneficiado ciegos, mudos, sordos,
paralíticos, leprosos y personas a las que he resucitado. Igualmente he
rescatado a muchas mujeres de la que llaman “mala vida” para que se conviertan
en madres responsables y consagradas al hogar.
Una mañana, cuando voy hacia el pueblo en compañía de mis
discípulos, me sale al paso un hombre ciego que me dice:
-Señor, Señor. Compadécete de mí. Haz que pueda ver nuevamente.
Sé que soy un pecador, pero estoy arrepentido. Dios sabe que es así. Dame la
vida.
Cierta vocecilla me aconseja que no lo haga, pero lo hago: el
sujeto, al que llaman Gimoteo, queda sano apenas le hago llegar el rayo de los
milagros. Vuelve la cabeza a uno y otro lado. La claridad lo deslumbra. Luego
estira brazos y piernas, carcajea, grita palabras que no entiendo y corre hacia
el pueblo.
Nemesio, uno de mis discípulos, quien es de La Coruña, muy
suelto en el hablar y más presto en el obrar, le grita: ¡Ey! ¡PardieZ! Hijo de buda… ¿Ni siquiera das las gracias,
desgraciao? Y corre hacia Gimoteo. Lo alcanza y lo increpa. Gimoteo lo agrede, lo empuja, lo
derriba y lo patea, mientras vocifera:
-¿Qué gratitud ni ocho cuartillos? Yo no doy gracias a nadie.
Ya estoy sano y eso nadie me lo quita, ni Dios.
Me indigna lo que escucho. No puedo evitarlo. En menos de lo que canta una gallina le deshago
el milagro: Gimoteo vuelve a ser ciego.
Después de unos días, viene a buscarme para un segundo
milagro. Pero esta vez lo mando a la miermelada.
Como noto que mis discípulos no comprenden el por qué de mi
reacción al parecer muy poco edificante, les aclaro:
-Dios quiere buenos y santos, pero no bobos. Lo que no es
justo, no es justo, y punto. La ingratitud es un pecado radical, porque es la
mayor expresión del egoísmo y de él provienen la indignidad, la bajeza, la
vileza, la perversidad, las malas intenciones, la cobardía y la traición. El
alma de los ingratos es un charco de miasmas que es necesario depurar mediante
lecciones drásticas que lleguen a lo profundo, como justo castigo.
Mi fama se extendió y la gente aprendió que más que los hombres
santos, me interesaban los hombres agradecidos y justos, porque sin justicia y gratitud no puede haber santidad.
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