sábado, 25 de julio de 2020

EL MONO IMPLÍCITO. CUENTOS DE LA TROJA DOS. JUAN JOSÉ BOCARANDA E.





EL MONO IMPLÍCITO

Ocarides Rondones todavía no puede explicarse por qué compró un mono si tanto los detesta. Lo compró en un mercado de las pulgas de Nairobi hace treinta y siete años, y  la pregunta sigue latiéndole. Se lo vendió un sujeto extraño, quien al parecer lo hipnotizó pues la compra fue totalmente inconsciente, automática. Casi podría decirse que le fue impuesta por el destino. Los monos siempre le han desagradado. Le parecen niños tontos y viejos, como arrugados a la fuerza. Además, los considera groseros, sucios, perversos y hasta pervertidos. Está convencido de que, bipolar por naturaleza, el mono es una amenaza pública cuando le toca el turno a la polaridad agresiva. Extrañamente interesado por el tema, había leído que un científico inglés dedicado al estudio multiforme del simio desde los días de Darwin, había podido establecer dos características notables conjugadas en los monos: su afición desmedida por las monas y una enfermiza obsesión por las hojillas de afeitar, pues le impulsan una tendencia irresistible a la camorra y un espíritu malandro del que no puede prescindir.
En todo caso, registró al mono ante notario público, asignándole como nombre de pila  Tilín y como apellido Piloso, porque su cabeza se le antojaba como  una campana cubierta por un bosque de pelos. Pero algo le decía que él y el simio integraban la misma esencia, que su ser y su sentir eran idénticos, que eran espiritualmente siameses.
El precio de la compra fue de 2mil dinos, equivalentes a unos 25 euros de los viejos. Suma que había malbaratado cuando más le urgían algunos enseres de uso personal. Hasta había prescindido de una buena cena, en compañía de la prometida, todo por aquel animalejo que juraba despreciar.

Un día tomó la decisión de deshacerse de él, y lo ofreció en venta en los lugares más concurridos de la ciudad, pero pudo comprobar cuánto execraba la gente a esos “cochinchinos”.
Ante el fracaso como vendedor, lo abandonó en un zoológico, atando la cadena a un barrote de una de  las jaulas. Pero, oculto entre los árboles observó que ni siquiera los celadores del zoológico lo aceptaban, menos aun debido a la rechifla y a la protesta de los demás monos, que al parecer eran militantes de otros partidos.
Y allá lo dejó para siempre.
Regresó a su casa, al otro extremo de la ciudad, con la idea de descansar agotado de tan larga jornada. Pero cuál sería su sorpresa cuando halló a Tilín tendido en su cama, con las piernas cruzadas, vistiendo una de sus pijamas favoritas y fumando tabaco. Y la sorpresa fue insuperable cuando le brindó una sonrisa burlona, hablándole en latín como todo un Plinio el Viejo.
Convéncete -le dijo Tilin-. Estamos atados para siempre uno al otro. Somos cuerpo y alma, cerebro y corazón, vida y destino, yin y yan, oscuridad y claridad, positivo y negativo. Cuando mueras yo iré contigo al cielo o al infierno, según nos toque. Y cuando reencarnes, yo reencarnaré contigo. Pero esa vez yo seré tú y tú serás yo. Yo seré el hombre y tú el mono o, para ser más preciso, tú serás mi mona y de ti tendré muchos monos.



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