EL MONO IMPLÍCITO
Ocarides Rondones todavía
no puede explicarse por qué compró un mono si tanto los detesta. Lo compró en un
mercado de las pulgas de Nairobi hace treinta y siete años, y la pregunta sigue latiéndole. Se lo vendió un
sujeto extraño, quien al parecer lo hipnotizó pues la compra fue totalmente
inconsciente, automática. Casi podría decirse que le fue impuesta por el
destino. Los monos siempre le han desagradado. Le parecen niños tontos y viejos,
como arrugados a la fuerza. Además, los considera groseros, sucios, perversos y
hasta pervertidos. Está convencido de que, bipolar por naturaleza, el mono es
una amenaza pública cuando le toca el turno a la polaridad agresiva. Extrañamente
interesado por el tema, había leído que un científico inglés dedicado al estudio
multiforme del simio desde los días de Darwin, había podido establecer dos
características notables conjugadas en los monos: su afición desmedida por las
monas y una enfermiza obsesión por las hojillas de afeitar, pues le impulsan
una tendencia irresistible a la camorra y un espíritu malandro del que no puede
prescindir.
En todo caso, registró
al mono ante notario público, asignándole como nombre de pila Tilín y como apellido Piloso, porque su cabeza
se le antojaba como una campana cubierta
por un bosque de pelos. Pero algo le decía que él y el simio integraban la
misma esencia, que su ser y su sentir eran idénticos, que eran espiritualmente
siameses.
El precio de la compra
fue de 2mil dinos, equivalentes a unos 25 euros de los viejos. Suma que había
malbaratado cuando más le urgían algunos enseres de uso personal. Hasta había
prescindido de una buena cena, en compañía de la prometida, todo por aquel animalejo
que juraba despreciar.
Un día tomó la decisión
de deshacerse de él, y lo ofreció en venta en los lugares más concurridos de la
ciudad, pero pudo comprobar cuánto execraba la gente a esos “cochinchinos”.
Ante el fracaso como
vendedor, lo abandonó en un zoológico, atando la cadena a un barrote de una
de las jaulas. Pero, oculto entre los árboles
observó que ni siquiera los celadores del zoológico lo aceptaban, menos aun
debido a la rechifla y a la protesta de los demás monos, que al parecer eran
militantes de otros partidos.
Y allá lo dejó para
siempre.
Regresó a su casa, al
otro extremo de la ciudad, con la idea de descansar agotado de tan larga
jornada. Pero cuál sería su sorpresa cuando halló a Tilín tendido en su cama,
con las piernas cruzadas, vistiendo una de sus pijamas favoritas y fumando
tabaco. Y la sorpresa fue insuperable cuando le brindó una sonrisa burlona,
hablándole en latín como todo un Plinio el Viejo.
Convéncete -le dijo Tilin-.
Estamos atados para siempre uno al otro. Somos cuerpo y alma, cerebro y
corazón, vida y destino, yin y yan, oscuridad y claridad, positivo y negativo. Cuando
mueras yo iré contigo al cielo o al infierno, según nos toque. Y cuando
reencarnes, yo reencarnaré contigo. Pero esa vez yo seré tú y tú serás yo. Yo seré
el hombre y tú el mono o, para ser más preciso, tú serás mi mona y de ti tendré
muchos monos.
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